jueves, 28 de diciembre de 2006

Mails fiesteros

asunto: SANTA TIJERITA

¡Salud, mes amis! ¡Feliz año nuevo y feliz año que pasó! Conmemoramos la circuncisión de Jesucristo Nuestro Señor y honramos su Santo Prepucio Mutilado. Es una época esta llena de emoción y reencuentro; reencuentro litúrgico con Dios, con Enero y con los seres que amamos. Tiempo de visitar a los amigos que no visitamos durante el año y de honrar a los parientes, esos que nos miran con cara de '¿otra vez Año Nuevo?'. Amémonos entonces, mes amis. Bailemos todos juntos. Abracémonos. Toquémosle el culo a un policía y si es posible saquémosle la billetera. No olviden ir preparando la hierba fresca para los camellos de los Reyes y los lillos para que armen. El reencuentro será vivo, intenso, especial. Un nuevo año comienza; llevemos en nuestros corazones la alegría de volver a estar juntos.
Matiu


asunto: INVENCION MARAVILLOSA

Estimados Amigos:

Sé que para alguno de ustedes la navidad no es tan importante, al menos en el sentido teológico. Para otros representa un asunto exclusivamente cultural. Celebramos la navidad porque el amigo o el vecino cree en ella. El amigo o el vecino también asume lo mismo y saca su botella de vino, aunque a veces responda más al valor que agrega el mercado y la publicidad. Actualmente respondemos más al colectivo imaginario de una costumbre que tiene sus raíces en el quehacer ortodoxo. Fuera de tanta desfachatez y absurdo, lo digo en el sentido camusiano, bien vale la pena celebrar la creencia de otros o lo que otros imaginan, me refiero a esta invención maravillosa que produce una sensación de lejanía en la humanidad. La nostalgia también viene en paquetes de regalos. De ahí que algunas personas adopten ese sentimentalismo que los ubica en el primer plano de su infancia, aquello que ya no regresa, ni siquiera en forma de bastoncillos dulces. En todo caso, cualquiera que sea su forma, la navidad siempre es buena para recordar (aunque sea una vez al año) a los amigos, sobre todo a los que están presente al inicio y siempre.

Mi aprecio para todos,
Francisco Ruiz Udiel

Ps. La próxima navidad ya no enviaré notas. Les voy a tener que cobrar el regalo. Por esta vez, se salvan.



Francisco Ruiz Udiel

sábado, 25 de noviembre de 2006

SANTIAGO ESPEL

GUILLO ESPEL CUARTETO
Marcos Cabezaz (Vibráfono) Román Rosso (Bandoneón)
Alfredo Zuccarelli (Cello) Guillo Espel (Guitarra)
Obras propias y de G. Leguizamón, M. Juárez, A. Yupanqui, A. Ramírez y J. A. Jeréz entre otros.

Viernes 1 de diciembre, 19.00 hs (Puntual)
Biblioteca Nacional
Agüero 2502 - Sala Augusto Cortazar, Piso H (subsuelo)- Entrada Libre

Presentación de tres libros de poesía - Ediciones "La Carta De Olivier"
"Palabras en Juego" - Juan Carlos Moisés
"Tres Operas Políticas" - Fernando Kofman
"Vulgata" - Santiago Espel
Presentará los libros el escritor Santiago Perednik.
- Vino de Honor -

lunes, 20 de noviembre de 2006

Yira

Afloró la voz hundida en el desierto, y fue remanso abierto a una noche abierta de horizonte a horizonte. Nacida en el dolor y pujada por la separación imposible, cantó a la gata muerta y recién nacida, a la que condenó con un nombre y adoptó como hija –en el desierto-. Libertad de amor que llora los ojos que dejaron de verme y partieron al basural, entrecerrados.

No se resignó al sufrimiento, pero sufrió. Por eso quiso abrir los ojos cuando sintió mi pecho. Por eso no terminó por cerrarlos cuando sintió su ausencia. Quise cerrárselos, pero el ángel que tomé prestado para absolver mi culpa anunció que ya no eran míos los ojos de mi gata, y se los llevó.

Hijita, hijita, sin tu cuerpo te perderás en el olvido. Hijita mía, ronroneadora en el sudor de los sueños. Sobre mi pecho, tu vida diminuta se encendía. Lejos de mí, te perderás en el olvido. Lejos de mí fue que tu cuerpo quedó rígido. Por mí y por ellos, lejos de mí, por mí y por ellos, te perderás en el olvido. Por mí, tu cuerpo quedó rígido. Lejos de mí, por mí. Sin cuerpo, yirarás en mi olvido. Hijita mía. Yira, Yira. Amor perdido. Tu cuerpo quedó rígido. Tus piernas, fijas, no olvidaban el suéter ahora ausente en el que apoyé tu vida que se iba. Tus ojos sin cerrar. Te dejé, convertida en mugre, mientras tus piernas y tus ojos no olvidaban. Todo por no haber sido tuya a tiempo. Por haberme entregado a ellos, antes de tiempo.

viernes, 17 de noviembre de 2006

La Boda

El pintor mexicano Sergio González actúa y relata esta mini historia infernal.

martes, 14 de noviembre de 2006

ejercicio dos (con copyright)

-Luuuuuuuuuuuuuuuuuuuu
Todos los nombres pedían convertirse en otro nombre. Lucas en Luz, Peggy Sue en Sueño, Darío en Dar ío, Ramón en Ra- Amón y la damajuana. Podía cambiar de nombre cuanto quisiera, aún afiambrada por el D.N.I.
Yo era una hermafrodita que volaba sobre los peines ordenados del invierno. La fiebre daba un mordisco al corazón, como los nombres simples, que no podía cambiar.
-Juaniiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Juani era Juani. Sólo se me ocurría algún chiste, acorralada por el alambique de Alan Mills. Me gustaba redimir mi amarillez en penes grandes y negros que clavaban el cuchillo blanco por la espalda, que arruinaban carreras consagradas de antemano tendiendo el puente desvencijado de la desolación. Los recitales y las canchas de fútbol fueron descubiertos tardíamente, cuando necesitaba de un escolta para poder asistir. La audiencia no, pero la audacia sí que se había retirado, empujada por el viento, livianamente, de un tirón. Como las tetas altas y la piel sin estrías. Como los quince años y como cualquier ilusión. Como el sexo – sexo- sexo. Estaba distraída licuando la fruta junto a la mantequilla de maní. No podía imaginar mi pasado, no podía avanzar. Era un tornillo encastrado en la puerta deformada de una heladera. El agua había penetrado mi madera, estaba hinchada de sed y de nostalgia. Sin embargo, algún lado de mí volaba.
-¡Boluda! -Me dijiste. Y entonces pensé que mi mejor despedida solitaria sería enterrar mis cenizas en la tercera dimensión de la sudestada o en una lápida horizontal, mezclada con el piso, como los recuerdos. No me mirabas, creías verme. Yo intentaba creer que lo que creías era lo que yo creía, tan distraída andaba. Cuanto más alto me llevabas, más lejos de mí estaba. Ayer me insultaste, como tantas veces, y el viento desató las hojas que quedaban entre los peines, el remolino amarillo levantó mi teta larga hasta mi cara y un pezón rosadito me golpeó el ojo izquierdo. No sabía quién había sido Marosa Di Giorgio, pero eran sus guiñadas las que me volaban. Sobre los peines amarillos, o sobre los peines cuando estaban blandos por el barro. Una arañita trapecista se colgó de la red, saltó y se dejó llevar hasta agarrarse de un pelo de mi trasero achatado por la décima de cuerpos que me aplastó sin cesar en la tradicional posición horizontal mientras yo me hundía en una laguna de pis. Era demasiado, el ácido, el dolor, el olor. Asqueaba y quería más.

domingo, 22 de octubre de 2006

POEMAS INEDITOS DE SAUL IBARGOYEN

SIMPLE PESADILLA POR ATENCO

(al pueblo de San Salvador Atenco,
brutalmente asaltado por “las fuerzas
del orden”, mayo 2006)

1.

El hombre Juan miró el fragor de aquel cielo:
caudas de aire azulsucio expulsaban sus pálidos ojos.
Las nubes eran ubres de piedra opacada
con estrías de súbitos blancores:
no había jinetes sobre caballos oscurecidos
en medio del simple amanecer:
no había ruidos de dientes petrificándose
ni vísceras de flores descompuestas:
nada había
más que un cúmulo de sombras
y desaseadas transparencias
con sus pelos mojados
como raíces de negror insuficiente:
nada más que fragmentos de otras bocas
no palabras ni estallantes sílabas
entre melodías putrefactas:
ni olores a ombligo partido
ni excitados cuchillos hurgando
vientres desprotegidos y de ácido temblor.
Nada ni palos o garrotes
ni escudos de turbia cristalería
o gritos como coágulos chorreando
brutales sustancias en calles y banquetas.
Ni carros de guerra entre moscas de metal delirante
lastimando el humo desayunero
la grasa alimentaria el primer sudor:


violentando maderas y almohadas
y asesinando huesos ventanas cortinas.

El hombre Juan miró
hacia la cáscara renegrida de aquel cielo:
harapos de luz se descolgaban
como banderas de sangre resurrecta.



2.

Un hombre Juan
estuvo en un sitio aplastado
por las cenizas de aquel cielo negro:
ya no mira lo que miró.
Otro un hombre Pedro
levanta un pie como un garrote
como un hacha de tela de cuero de fierro de hule:
cae la pierna en seguimiento
del inicio agresivo:
cae golpea machaca castiga
lastima lesiona quebranta
dulces entrepiernas torsos dormidos
narices sorprendidas omóplatos fatigados
tenues cartílagos
pelos de arriba y pelos de abajo
secretas verrugas lunares ofuscados
y tripas y cacas expulsadas
de íntimas camisas y pantalones desmadrándose.

El otro un hombre Pedro
contempla el sembradío de fuego
la milpa de humos y gases oxidados
el movimiento de un caudal
de sangre endureciéndose:
contempla el simple hueco
de la bala enterrada
el cráneo entreabierto
con sus cremas grises y sus babas.

Voces sin aire llegan
gestos en cristales muertos
voznadas de sórdida energía
pútrido silencio donde los dioses naufragan
palabras en lenguas polvorientas
mensajes de corrupta paz
y estandartes mancillados.

Un hombre Pedro
limpia con sus manos y sus trapos
la bragueta de sémenes triunfantes
las botas ennegrecidas de jóvenes sangrazas
los palos destructores de cabezas
las armas de extranjero metal
hediondas y asesinas:
un hombre Pedro multiplicado
en tres mil Pedros tal vez
y en Vicentes Wilfridos Davides
Alejandros Enriques Ardelios:
todos sí ahora mirando mirándose
en el cumplido sueño de la bestia peor.

Saúl Ibargoyen
2006

jueves, 12 de octubre de 2006

martes, 26 de septiembre de 2006

MURIÓ PAOLA KAUFMANN


Era de esas personas a las que la naturaleza divina les habían dado todo: belleza, inteligencia, humor -como dice Abelardo Castillo, su maestro-. Lo supo aprovechar muy bien. Paola Kaufmann "estaba destinada a ser una de las grandes escritoras argentinas" (A.C. dixit), pero murió demasiado pronto. Tenía 37 años y tres libros publicados, todos premiados. El campo del golf del diablo por el Fondo Nacional de las Artes, La Hermana por el Casa de las Américas, y El lago por Planeta. Por si fuera poco, se había graduado de neurobiologa en la UBA y había partido a Estado Unidos en busca de su doctorado. Volvió para trabajar en la Universidad de Quilmes y como investigadora del Conicet. Tenía treinta y siete años y sentía que las fotos periodísticas le robaban el alma (sólo se la dejaba robar por su pareja, y Clarín hizo lo suyo, justamente porque nunca pide permiso), fantaseaba hace pocos años con dejar todo y sólo dedicarse a escribir. Logró el equilibro y lo logró todo. Nada era demasiado pero todo sí era demasiado para ese dios atorrante que nos la llevó antes de tiempo. Envidioso. Insensible. Injusto.

Les dejo, sin editar -es la última vez que la haré hablar, prefiero que sea tal cual lo hizo-, la entrevista que le hice por su novela La Hermana (biografía novelada de Emily Dikinson y su hermana Lavinia, que fue la que rescató su obra. Fue publicada en Lea con el título "Seducida por un secreto a voces". Editada. Claro.


La hermana, ¿es una novela sobre Emily o sobre Lavinia o sobre Emily desde Lavinia?
Es un poco las dos cosas. Después de leer mucho sobre la vida de Emily D. hay dos cosas:la imagen, lo que significa ED, y su vida. Es un personaje muy rígido, muy estático, es una leyenda. Si vos te pones a buscar información sobre quien fue E.D. vas a encontrar más o menos en todos lados lo mismo: una poeta del siglo XIX que siempre se vestía de blanco, que estaba un poco loca, quizás un poco enferma, siempre encerrada en su casa -nunca se movió de ahí-, que nunca se casó, que nunca tuvo hijos. Los últimos quince años de su vida se dedicó a hacer tortas y panes y después se murió... Pero resulta que esta mujer escribió, entremedio de toda esta vida que nos parece de nada, casi dos mil poemas y otras tantas cartas que son una preciosura. La vida de ese mito, de ese personaje que es un personaje que le arma la propia literatura, es una vida que se puede contar en una página. No le pasó nada. Esencialmente, después de leer mucho sobre su vida, sobre y ensayos y tesis y la poesía misma y cartas y testimonios de la época, etc., mi sensación fue una cosa como casi física. Es como que, aparte del personaje, del mito, de la leyenda, yo veía a la persona, yo veía a ED, a la mujer digamos, a la mujer como con relieve. La miras con la vista periférica, como cuando detectas un auto, ves que se acerca. Más que el objeto detectas el movimiento, esa vitalidad. Esa mujer con relieve, en realidad, para mi, era una especie de loca linda, una mina muy rebelde, muy personal, extremadamente lúcida, con un sentido del humor enorme. Pero uno la ve por acá, siempre alrededor, siempre lejos, a un costado. Cuando uno la trata de poner en el foco, track, se endurece otra vez y queda esa mujer lánguida, enferma un poco loca, fóbica, encerrada siempre, a la que no le paso nada.

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sábado, 9 de septiembre de 2006

¿Un poeta puede dejar de ser poeta?

El otro día suprimí un comentario de un Anónimo que creía que el texto sobre "poesía marginal" lo había escrito yo, que no se había percatado en mi título que ese texto para mí también era una pavada. Ahora le hago honor a él, para que pueda criticarme con justeza. Esto sí lo escribí yo. Hace años que no escribo poesía y trato de obligarme con ejercicios como este (es un fragmento de tres). ¿Puede un poeta dejar de ser poeta? Estoy perdida. Ni de Amanda Berenguer puedo hablar. Tengo un pañuelo amordazando mi garganta. Ahí va:

Era una hermafrodita que volaba sobre los peines ordenados del invierno. Los velámenes míos caían desplegados sobre las ramas de las tipas desnudas/ ramificadas que habían disfrazado su raquitismo con flores amarillas que finalmente fueron reubicadas por el viento sobre los peines negros camuflados con barro. Un apagón y fueron amarillos, un apagón y ya estaba volando sobre los peines. Había cambiado los mocasines por ojotas, la gente moría de frío todo el año. Tardaba en aparecer la luz del día. Los pájaros habían desaparecido como los dinosaurios. No cantaba nadie y yo no tenía voz para cantar. Pero cantaba, silenciosamente, ramificadamente, en mi interior. Fallecía la niña, nacía la muerte y la traición. Ya podía llamarme mujer. Él fingía que Rosario había sido mi primer amor, que un minuto era una hora, que yo bebía de su desolación. Ahora era yo la que rompía los vasos sobre los recuerdos que había desparramado por el piso con tal de vengarme. Otro me llamaba a susurros aullados por las ánimas:
-Peggy Sueeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee
Rápidamente me cambiaba el nombre para complacerlo, desde lejos, sobre un espectro torcaza. Fumaba un porro y veía el sexo floreciendo hacía los penes que habían sido deseados porque sus espíritus me recordaban a algo que no recordaba.
-Sueeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee
Volvía hacía las monjas, las de mi crueldad, para convencerme de que mi liberación había sido acertada. Ellas iluminaron el moretón que habían ahuellado las cadenas sobre la boca. Lloré comiendo. Vomité llanto, desesperación.

(fin parte uno del ejercicio)

jueves, 24 de agosto de 2006

No se olviden de mí



De ella voy a hablar en mi próxima aparición bloggera. ¿A que no adivinan quién es?

domingo, 6 de agosto de 2006

jueves, 3 de agosto de 2006

MANUEL RUANO, ARGENTINO "VERSERO" DESDE CARACAS

DE LAS MUCHAS ENCRUCIJADAS DE CIDE HAMETE BENENGELI
Y LA HISTORIA DEL QUIJOTE




“...volviendo de improviso el arábigo en castellano,
dijo que decía: Historia de Don Quijote de la Mancha,
escrita por Cide Hamete Benengueli, historiador arábigo.”

Miguel de Cervantes Saavedra,
Don Quijote de la Mancha, Cap.IX







Yo, Cide Hamete Benengeli,
encarnadura y voz del sueño y la impostura,
escribí con pluma de ganso mi Quijote en secreto gabinete.
Alá, introdujo esas letras de una ruta de la ensoñación,
de caballero andante, con adarga y armadura, e ilusoria Dulcinea
del Toboso.

Jamás sabré ponerle nombre a las rutas del corazón,
sólo me fío de quien me soñó en graves temporadas con la muerte.
Esas cabalgaduras cierran cualquier herida.
Largas horas pasé con un morisco toledano que tradujo esos folios
y un oscuro amanuense llamado Cervantes,
secretario años ha de un cardenal en Roma,
y soldado del Rey, mutilado en la Guerra de Lepanto.
Yo celebro ser criatura de su sueño y su penuria.

Perdido fui en el jardín de los tropiezos,
argumentando entre sombras glorias fallidas y soldaduras
de la peor especie.

No hubo lugar ni papel de estraza que alcanzara para contar
tan luenga historia,
cuya pertenencia fuera puesta en duda.
Que nadie diga que Cide Hamete Benengeli traicionó a Dios.

Para que ahora hablen mal de mí,
y me cierren las puertas de la sensatez.
Tan real era el hidalgo don Quijote, que soñó Cervantes,
como aquél puesto en prisión en la noche de los insomnes.
(No lejos está maese Pedro y su mono adivino.)

Los grilletes, trajeron a Cervantes el recuerdo de Argamasilla de Alba,
en la Cueva de Medrano, y no le dejaron dormir...
Pero estos cautiverios, son asuntos para picapleitos,
y han quedado en un libro de actas donde se escritura la fe.

Yo, Cide Hamete Benengueli, escriba de arábigas fronteras,
fui quien dictó a Cervantes el Libro que los soñó a todos.
Y él, me soñó a mí en trágico laberinto.

¡Oh, luna de Mahoma, cuán tétrica es mi alabanza!
¡El mito nos atrapa a todos en su desamparada resurrección!...

---oo0oo---

Manuel Ruano
Buenos Aires, Argentina
Poema seleccionado para el Homenaje a la primera edición de la obra
cumbre de don Miguel de Cervantes Saavedra
(1605), en Argamasilla de Alba (Ciudad Real), Casa de Medrano,
en el IV Centenario del Quijote, Aldaba (España, 2005).
Ha publicado, entre otros,los libros siguientes:
Los gestos interiores (1969); Según las reglas (1972); Son esas piedras vivientes(1982);Yo creía en el Adivinador orfebre (1983); Mirada de Brueghel (1990); Hypnos (1995);Los Cantos del Gran Ensalmador (2005).

sábado, 29 de julio de 2006

Quería hablar sobre Seijun Suzuki, pero no pude...Sólo pude con la introducción.

I
Jabón en polvo para lavar las heridas. En sobresitos económicos de supermercado. Que la herida quede limpita que no se note que la sangre estuvo ahí, donde está la herida, que está aunque no se note. Así, con la herida invisible, se camina por la ciudad sucia, uno está limpito, planchadito, igualito a todos, para que no se note. El adulto ha sido despojado de sus derechos. No sé si distinguirse da miedo o no conviene, quizá de miedo porque no conviene. El adulto está muerto en vida. Distinguirse es apartarse pero no tanto, todo sea cosa que uno funcione como pared donde rebota la pelotita que va a dar justo en el ojo de quien la lanzó. Se le abre la herida que ya estaba, pero limpita, y te echa la culpa a vos. Por eso, mejor no. Mejor estar limpito.
II
En la ciudad sucia uno tiene que callarse o esconderse. A veces hago lo primero; otras veces, lo segundo. Me escondo en mi casa, me tapo de libros debajo de los cuales dejo que sangre la herida que volvieron a abrir las palabras, esas pelotitas rebotadoras. A veces camino, intento hacerlo sola, la ciudad es hermosa cuando uno está solo y es de noche. El silencio es una encantadora palabra. Muy propicio para abrir las heridas individuales y hermosas. Uno está feliz hasta que un pesado comienza a caminar lento para que vos te le adelantes y él pueda mirarte el culo cómodamente (es decir, sin que se note) y vos te desconcentres y mandes la caminata a la mierda. Es entonces cuando está el cine, entre mi casa y la caminata.
Huyo del tipo con bufidos metiendo mi soledad en la sala Lugones del Teatro San Martín. Meterse ahí es, para mí, como si me metiera en el cine Ideal o cualquiera de esos, los de adultos. Entro adentro para ejercer mi placer, a escondidas, en una sala llena de cómplices.

jueves, 27 de julio de 2006

martes, 25 de julio de 2006

Sexy Gómez Carrillo

Enrique Gómez Carrillo (Guatemala, 1873-1927) era algo más que un chico listo. Sí. Porque, vamos, la figura del chico listo resulta demasiado, cómo decirlo, vulgar. Y Gómez Carrillo fue cualquier cosa menos aquello. Muchas cosas y cuáles. ¿Un héroe? Lo que sí es seguro es que era re-listo el jodido. Alguien con mundo, en todo caso. Pues viajó todo lo que quiso y, al contrario de lo que suele pensarse, no era el alma de los países lo que su prosa retrataba, sino algo “más frívolo, más sutil”. Es que él era así: frívolo, sutil, sensual, errante y errático: “cosa cambiante, errátil es el hombre” (Montaigne). Guatemalteco, además. Pero, sobre todo, Enrique Gómez Carrillo supo ser un cronista, paradójicamente, lleno de ligereza y profundidad, cundido de geishas o delirantes hetairas griegas, al mismo tiempo que de vapores ancestrales ululando Basora. Con él se constata la existencia de una frivolidad profunda, claro que yes, pero, ojo, eso es virtud de pocos. Oscar Wilde, Capote y paremos de contar. Enrique, asimismo, era uno de esos poquitos que viajan mucho, que viven mucho, que gozan y sufren mucho, que viajan con todo el cuerpo, que viven con la sangre bullente en idiomas varios: elementos, todos, fundamentales para que una crónica sea escrita como la gente. Digamos de nuevo lo que otros han dicho, redundemos: la crónica en español le debe a GC su modernidad. Modernidad vía lo sensual. Vía lo francés, por igual. Y no es poco el aporte. Se dice que hasta la soberbia y bella París llegó a deberle algo al chapín, aún si el Sena ya no lo recuerda. París guarda a pocos en su luminosa memoria, horror, es demasiado bella y soberbia, a pesar de sus incendios anticapitalistas y sus clochardes irredentos balbuciendo ese idioma que, cuando lo quiere, se allega tortuoso. Mon Dieu: no finjo mi boulevard, tengo cierto cayito porque (believe it or not) yo también fui un guatemalteco en París. Claro, sin Mata Hari, sin una mi Consuelo Suncín (seductoras seducidas). Otras voces, otros ámbitos. Almorzando kebabs, o en comedores universitarios, sin alpargatas presidenciales ni credencial ninguna, pero siempre sin quejas, anduve gozando mi propia, respetable, mitología personal (B, y demás pociones, para mí, insuperables). Con GC, en cambio, hablamos de otro nivel, de otros cien pesos. O mil. Una vida más cómoda, más holgada en francos y de tal manera asegurada para la aventura total. Así, se encontró a otros que iban en su propia aventura total. Lindas, hórridas colisiones. Nuestro dandy llegó a tener la gracia de involucrarse con mujeres de la calaña de la Mata Hari – bailarina, pupila de la Aurora, belle femme – o de la viuda futura de Saint Exupéry, sin que aquello le hiciese menospreciar a las diversas libertinas y demi-mondaines de gran rumbo con las que tuvo a bien remecer el aire. Aventura total. Nada, ninguna pasión ni duelo fallido impidió que su prosa lírica y ostentosa caminara hacia el sitial adonde llegó. Ningún embaucador logró, presa de la envidia más perra, estropearle los pantagruélicos banquetes con que lo homenajeaban. Nadie. Claro, tenía amigos influyentes y cabrones: el pérfido-alfabetizado Estrada Cabrera, incluido. Un cabrón el mismo GC, si lo vemos bien, pero un cabrón con estilo. Tampoco es poco. Llegados a este punto, me atreveré a decir que Enrique Gómez Carrillo fue casi un héroe (o una variante de lo que modernamente conocemos como héroe) y que lo fue básicamente porque constituye el primer sex symbol de la historia de esta Guatemala contemporánea. ¿Me estoy pasando, incurro en delirio pop, vulgaridad? Tal vez. Lo cierto es que para mí, GC fue algo como un héroe sensual forrado de garbo literario, sin los complejos propios del oriundo de un país pequeño y empobrecido. Resulta obvio que no hago referencia al héroe de tipo catequista, con moraleja. Más bien elaboro un sex symbol letrado, cínico, cosmopolita, guatemaltecamente listo. Que no un simple chico listo, no confundirlo con aquel cuatío oloroso a Hugo Boss asonando las perlas falsas en la mesa de Café Saúl y hablando de “usté”, pues. Tampoco un latin lover, chapín lover. Otra onda el cabrón. U otro tiempo, quizás. ¿Otra París, otra Guate, otro mundo? Nos tomaría cuartillas miles responder. Lo cierto es que ya resulta detestablemente obvia mi engañosa admiración machista por Gómez Carrillo. Admiro aquí al mujeriego, al conocedor de las pagodas místicas de la carne, ciertamente. Mas no voy a justificarme, mejor lo digo y me muestro: para llegar a la honestidad hay que dejar ver también nuestro embrutecimiento. A alguien le robé esta última frase, no recuerdo a quién. Nuestro embrutecimiento. Bruto. No tanto como para no ir a su otro punto toral, a la otra esquina de su sensualidad: sus crónicas, su lenguaje. Un hombre sensual debe expresarse en un idioma sensual, podría sentenciarse. Lección de las crónicas de Gómez Carrillo. La sensualidad es un idioma universal, alors. Sí, cualquiera puede viajar al Japón, a Ámsterdam, mojar sus pies en el Nilo. Cualquiera con pisto o con suerte, claro. Pero quién podría devolvernos su experiencia alquimizada en deslumbrante prosa, quién nos hablaría de Hokousai, Outamaro, Yosai, quién del templo de Herodes, la Puerta de Damasco, la de Jaffa, quién describiría las mujeres más bellas y lúcidas con cuidadas frases viriles mas no ofensivas. ¿Quién se atrevería hoy a ir más allá del reporte de su robable camarita digital, o de su balbuciente blog? Y no sólo eso, quién de nosotros podría escribir comentos tales y volver a París a que un tal Verlaine nos dijese: “Ya estoy instalado en mi palacio de Invierno; venid a verme para que hablemos de Calderón y de Góngora”. Pinche guatemalteco extravagante, con amigos extravagantes. ¿Quién puede vanagloriarse de un inolvidable flirteo con Oscar Wilde, de una amistad con Salvador Dalí, Gabriel D’annunzio y Maurice Maeterlink y quién, siendo chapín, puede establecerse como cónsul de Argentina en París? Eso es lo que se dice no tener complejos. Ser macizo. Pinche guatemalteco extravagante, héroe sin moraleja, tenebrosamente bello y seductor. Una sensualidad lírica y humana, es decir, con coherencia ético-estética. Y eso es lo que aquí celebro. No tanto su “éxito”, sino el arrojo con que se lanzó a por su quimera. Una quimera que incluía el deslinde de todos sus sentidos, su sensualidad toda y una prosa única, un lenguaje civil que por sí solo sabría modernizar nuestras, todavía, provincianas trifulcas.

Alan Mills (Guatemala, 1979)

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viernes, 21 de julio de 2006

Hasta nuevo aviso


Me encuentro en estos momentos sumergida en las páginas de Eduardo Galeano, e insuflada por el espíritu gris y aplastado y bonachón y envidioso de Montevideo, donde he estado hace pocos días. Montevideo, una ciudad abandonada a los minimalismos inmensos, donde la melancolía es más transparente que la melancolía retórica de Buenos Aires. Decía que leía a Eduardo Galeano para poder decir otra cosa. Que no puedo hacer muchas cosas a la vez, como cualquier mujer (otro síntoma más de mis condiciones andróginas). O leo. O hago un blog. O viajo (que es, para mí, lo mismo que leer -pero mejor- y lo mismo que escribir -pero mejor-). Lo ideal sería escribir sobre lo que leyó tu mente durante el viaje. Cambiando de tema, ¿Pueden creer en la casi inexistencia de revistas culturales en la ciudad? Uno le pregunta al quioskero de la 18 de Julio por alguna, y te recomienda revistas políticas (Caras y Caretas, Rumbo Sur, Brecha). ¿Será que ellos responden a una cultura de la política, como Galeano? Montevideo es muy triste. Por ser tan triste es que voy a volver.

jueves, 13 de julio de 2006

Un Poeta, Lucas Benielli

Despertó con muchas ganas de llorar. Vivió el mejor día de su vida.

Llegada la noche lloró sin consuelo.

miércoles, 5 de julio de 2006

¡SALIÓ OLIVERIO!



Si, fue un parto, seis meses en situación de parto sangriento, doloroso. Tanto que no la puedo ni tocar. La puse debajo de mis papeles más sucios, de los libros que nunca voy a leer. La amo, pero no puedo ni verla. La analicé demasiado, la corregí, le temí y me frené ante ese temor. Por eso la tardanza. A Ricardo le pasa algo similar, ni tocarla. Puede encontrarse en este ejemplar una entrevista a Leónidas Lamborghini, cortada abruptamente en la mitad del trámite dado que me pasó lo que siempre me pasa cuando estoy con escritores: el avance de uno y mi instintivo retroceso. Un "análisis" de quince súper especialistas sobre los últimos 25 años de poética argentina, un artícuo de Pablo Toledo analizando el debate en el número anterior a Oliverio, cuentos del maravilloso Federico Levín, del asombroso Oliverio Coelho y del marginal Pablo Ramos. Además, mucho, pero mucho más. Su valor es de $5 y está, por supuesto, en todos los quioskos.

ATENCIÓN:
Se agradecen las suscripciones: seis números, treinta pesitos nada más y en tu propio domicilio. Envíos al exterior, consultar. También se agradecen opiniones.

martes, 27 de junio de 2006

Galeano-Vargas Llosa en La esfera infinita

Los amigos nicas de La esfera infinita, dan cuenta de algo más que una mera rencilla ideológica entre Galeano y Vargas Llosa, esta vez a partir del ascenso de Evo Morales en Bolivia. Para ver el debate, haz click en el título de este mínimo artículo.

lunes, 26 de junio de 2006

Una rubia

La rubia no come cerezas como Penélope Cruz, ni cruza las piernas a lo Sharon Stone. Sin embargo, pareciera que se moviera sin pudor, con una provocación particular, que esa gotita de aceite deshilachándose en su comisura o que esa leve inclinación de su torso fueran las instantáneas que hubiera plasmado el pincel de Goya si a este pintor no se le hubiese ocurrido nacer en el siglo XIX. Los comensales siguen sus cadencias mientras se atragantan con un pepino o beben de un sopetón medio litro de cerveza negra. Algunos más disimulados; pero otros –la mayoría- ya se la han llevado a las Filipinas para gozar una intensa luna de miel.
Por el contrario, las damas carraspean, aprietan sus pobres pechos o incursionan en carcajadas verdaderamente estrambóticas y miran hacia todos lados menos hacia donde todos miran. El ambiente del lobby se ha vuelto histriónico, y la rubia parece convivir con ello en total armonía. Después de devorar len-ta-men-te su comida, se levanta, balancea su largo pelo dorado y se va, tal como llegó. Esta noche su espectro revivirá acompasado en más de un sueño viril y continuará compitiendo con más de una mujer real.

viernes, 16 de junio de 2006

Fragmento de entrevista lamentablemente inédita de Alan Mills al poeta uruguayo Saúl Ibargoyen

A.M- Después de la lectura de El escriba de pie y de Grito de perro, me queda la sensación de que tu poesía está hecha con una cantidad casi ilimitada de sustancias, pero veo también que tu empeño es claro en lograr mucho más que la simple enumeración. Más bien pareciera que todos los núcleos y migajas (usando ese sentido de reciclación del megapoema) constituyen eso que llamás “(h)entropiones” y establecen un sistema abierto, cargado de vocablos y significantes que hablan entre sí. Así, tu universo poético presenta un espacio donde conviven mugres y energías, perros y sanguijuelas, huesos adelgazados, costras y grasa triturada, sin alterar el alto vuelo lírico. ¿De dónde nace esa ambición totalizante?

S.I- Tal vez nazca de las experiencias iniciales de la infancia, que son la clave escondida de la creatividad poética, clave que -en contradicción aparente- se nutrirá de las adquisiciones de la cultura y de la vida en los años siguientes. Dicha clave será la serpiente que tratará, en un gesto inútil, de morderse la cola. En mi caso, pues, las vivencias de la primera infancia, que se dieron en un ámbito semirrural o suburbano conformado en un zona de terrenos que se dedicaban al cultivo de frutales y viñas. Eran pequeñas propiedades con sus casas, sus divisorias, sus árboles, su tierra oscura y grávida siempre. Había perros de variado pelaje, gatos escurridizos y pájaros: gorriones, cardenales, golondrinas, benteveos. Y gallinas numerosas y ovejas aisladas y vacas de Holanda manchadas de blanco y negro. Mi familia vivía en un chalet afrancesado, y ésa fue mi segunda casa a los pocos días de nacer; yo arribé a este mundo en Montevideo, a unos kilómetros de allí, de ese barrio llamado Manga que la ciudad luego absorbió. Había estación de ferrocarril y los trenes nocturnos traían destellos, humos, pitidos, sonoridades que hacían temblar los campos: eran los dragones que también poblarían mi imaginario de esos años. Por la calle de terracería que daba al frente del chalet, pasaban gitanos vendiendo sus ollas de cobre; tenían fama, no comprobada, de ladrones de infantes. A veces alguno de nuestros canes aparecía muerto, con las tripas destrozadas por sórdidos venenos o vidrio molido. Había naranjas y uvas y manzanas cerca de nuestras manos y de los dientes que aprendían a ser feroces... Es decir, aquel niño respiraba en una especie de inmenso cosmos variable y dinámico, nunca repetido, jamás anodino, limitado por el orden familiar pero asimismo infinito. Ese cosmos se iría reduciendo con los cambios de casa, con el vivir en pensiones, con las carencias materiales, con los hábitos clasemedieros. En cierta ocasión, mi tío Samuel, hermano de mi padre que vivía en Lyon, quiso llevarme con él. Fue mi primer gran viaje imaginario, pues mi madre se opuso a esa propuesta. Eso también ayudó a que mi ánima ratificara su tendencia a la expansión y al caos. Pero la “sed de infinito” de Lautréamont se confirmó en mí, hasta hoy. De todo esto salen, creo, todas esas acumulaciones totalizantes: el feísmo de la realidad, los sonidos discordantes del mundo; la angustia por la ausencia de un dios o frente a la injusticia y la insolencia del poder, vendrían después.

martes, 13 de junio de 2006

II DUELO NARRATIVO

El marte pasado, los retadores "subieron al escenario de Bartolomeo y, ante una pequeña multitid de, como mínimo, treinta personas, hicieron lo suyo" (todo lo entrecomillado será el dixit de los organizadores). Se batieron a duelo. La consigna era El hombre al que le sacan una palabra.
"Funes leyó haciendo gala de su conocida capacidad dramática, respiró, inhaló y exhaló, interpretó personajes y todo eso". Parecía que Romero estaba muerto, que los recursos nada literarios de Funes terminarían por aplastarlo antes del fin. Pero el cuento lo sostuvo a Romero a pesar de sus nervios traicioneros. Coincidencias: ambos leyeron los números de los capítulos. "Nos parece que la lectura en voz alta vuelve inoperante el número del capítulo, que puede ser reemplazado por un silencio significativo, pero si quisiéramos corregir haríamos un taller literario, cuando acá, en los duelos narrativos, no corregimos: hacemos que el bueno gane y el malo pierda. La verdad deportiva de la literatura".
Los espectadores votaron por el "mejor". ¿Qué votaron?
R. Romero: 14- Funes: 13

VISIGODOS

Por Ricardo Romero

1
Funes no era un hombre particularmente desconfiado, así que cuando ella le dijo quién era y de dónde se conocían, él le creyó y la invitó a sentarse en su mesa y, más tarde, a meterse en su cama y en su vida. Pero eso, a pesar de su corazón simple y sin dobleces, no duró mucho. Cuanto más tiempo pasaba con ella, más difícil le resultaba aceptar que fuera la misma mujer de la que había estado enamorado dieciocho años atrás. Se llamaba Dolores, igual que aquella, y era parecida, era casi igual a aquel viejo amor, pero ese casi era una grieta que crecía y se ensanchaba a medida que la relación progresaba. Además de no ser desconfiado, Funes era un hombre juicioso, y por eso le costaba entender que alguien quisiera hacerse pasar por otra persona sólo para estar con él. Tenía ya 50 años que no aparentaba, y si bien vivía con comodidad, sus ingresos como corrector de un diario no eran especialmente tentadores. Nunca le había hecho daño a nadie, y no podía imaginarse que alguien quisiera hacerle daño a él. Pero cada vez que la miraba con atención, algo se demoraba en llegar o llegaba demasiado rápido, algo en su cara que no era el paso de los años, sino tal vez todo lo contrario. PARA SEGUIR LEYENDO CLIKEA AQUÍ

viernes, 9 de junio de 2006

Adaptación de un mail enviado al ruludo de Romero (posteada momentáneamente y en elaboración)

Me pidieron que escriba. Cuesta. El diario íntimo -que es a lo que tiende un blog, si no es a un ensayo de redacción- no puede ser sacado de adentro con tenazas, debe -al menos en mí- permitir libremente descubrir una experiencia física, llenar un vacío y provocarlo. Pero no como curativa psicológica (que es lo que, precisamente, estoy haciendo en este momento), sino, diría Kafka, como "cantera de los relatos". Estoy escribiendo algo sobre Seijun Suzuki, cineasta japonés. Les prometo que en pocos días lo cuelgo. Por ahora, comento que en los dos últimos días devoré dos libros. Ambos de Amélie Nothomb. Una autora que recomiendo. Su biografía es su mejor novela. Lo hace entrever en cada libro. Ha vivido tantas experiencias corporales que es imposible no sentirlas por su variedad y profundidad como una ficción y, esa ficción, como una experiencia corporal. Biografía del hambre, su última "novela", fue mi preferida ante El sabotaje amoroso, pese a que Biografía... es una continuación de El Sabotaje... Jamás encontré a alguien que explicara tan detallada y sublimemente qué es la anorexia para una anoréxica (no se trata de estar flaco, sino de una vivencia mística). Al leerla me sentí estremecida. No por la identificación, no, sino por la envidia.
Por poder expresar con libertad una experiencia tan personal y tan difícil de extraer de sí misma, hecho que califiqué como el más sano del mundo. Escribirla no consistió para ella una descarga. No se centró en la anorexia, sino en la metafísica del hambre, en el hambre de hambre sufrida por una chica -ella misma- que antes de la enfermedad siempre estaba "hambrienta", hambrienta en el sentido de búsqueda, de exigencia ante el mundo, una exigencia que se torna violenta en El Sabotaje... y que su enfermedad le arrebata durante más de dos años. Hablar de sí, a debida distancia, puede permitir la creación de una obra de arte.
Disfrutaba de Amélie y del cine japonés. Pero apareció el parcial de Eslavas amenazante, a dos semanas de distancia temporal. Recién ahora que estaba volviendo a disfrutar de la lectura y, en consecuencia, habían revivido mínima pero crecientemente mis ganas de escribir...
No puedo escribir sin leer.
Si alguien creyera en Dios, le pediría que rece para que mi destino se dirima entre la lectura y la escritura. Por mi parte, sólo cruzo los dedos. No creo en Dios, aunque lo escriba en mayúscula. No, no creo. Si lo escribo con mayúscula es porque me da terror nombrarlo de otra manera. Tiemblo al pensar en la blasfemia tanto como pienso constantemente en la hora de mi muerte, en el terror que sentiré en esos instantes previos al fallecimiento por no saber si no hay nada después, después del último respiro (y haber vivido como si no hubiera siquiera la Nada), si Dios existe y me castigará por mis "pecados", punibles por concientes. Me salvaría del terror si retomara mi fe en la poesía. Entonces, mis errores dejarían de ser concientes y se convertirían en actos de fe. Eso Dios lo tiene que respetar. Espero.

jueves, 8 de junio de 2006

EFECTO MARIPOSA



La vieja leyó que la teoría del caos dice que el aleteo de una mariposa puede causar un tornado en la otra punta del planeta. Lo leyó un día caluroso en el suplemento Boludeces de Clarín. Tanto calor tenía y tan poco le importaba lo escrito, que hundió su pulgar izquierdo en el diario, y comenzó a abanicarse con él. En otro continente lejanísimo poblaciones humildes quedaron sin sus hogares. En tanto que la DED (Delegación de Escritores de Desastres), se puso a redactar notas preciosas y poéticas (más a lo Baudelaire que a lo Bécquer, se sobreentiende), notas que pronto los diarios del mundo compraron, editaron, imprimieron, vendieron, fueron leídas por una vieja un día caluroso y se transformaron en abanicos. Lo curioso de este ciclo es que nunca nadie vio a la poética mariposa.

Lucas Benielli

viernes, 2 de junio de 2006

AGENDA

El Grupo Literario Alejandría, en su 2do. año, presenta el martes 6 de Junio otra Noche de Cuentos. Como siempre, habrá cuatro escritores invitados a leer un cuento (Rolando Revagliatti, Leonardo Saguerela, Ricardo Gonzalez y Juan José Burzi) más el invitado especial: OLIVERIO COEHLO. Al finalizar el encuentro, se sortearán libros y revistas. La cita es a las 20:30 hs. en Bartolomeo (Bartolomé Mitre 1525, Capital Federal). Entrada libre y gratuita. Ver Sitio.

Presentaciones de libros:
Miércoles 7 de junio
Ver editorial
Jueves 8 de junio
A las 19:30 hs. Boutique del Libro - Palermo viejo - Thames 1762. Se presentará Una terraza propia. Nuevas narradoras argentinas. Participan Federico Jeanmarie, Florencia Abbate y las narradoras antologadas

jueves, 1 de junio de 2006

LA JOVEN GUARDIA
NUEVA NARRATIVA ARGENTINA
Editorial Norma


LITERATURA Y DESPUÉS

Durante las décadas pasadas, para ser escritor joven debías –además de escribir- tener entre 35 y 55 años. Al principio de ésta nos comenzamos a quejar unos cuantos literatos, algunos de los cuales venían trabajando hace rato. Tenían cara de francotiradores (es decir, de no subvencionados), pero al margen de la disgregación y la variedad de estilos, algo tenía que unir. Por fin fueron antologados veinte de ellos, de la mano de Maximiliano Tomas en el libro publicado por Editorial Norma, “La Joven Guardia” , (acotación: triste título con reminiscencias milicas).

Si ser joven consistía en tener 50 años durante los noventa, creo yo, es porque esa generación no pudo ser joven cuando transcurrió la década de la dictadura. Recién en democracia pudieron hacerse oír. Frente al peso de esta pesadilla, los escritores nacidos en la década del 70 tuvieron que hacer barullo tras barullo hasta que, finalmente, se les diera bolilla al momento de renovar a una generación joven conservada en naftalina por otra, que esta vez no contaría con el apoyo del mercado editorial.

Aunque hay narradores aquí que parecen imitar a Borges (otros a Arlt, otros a Cortázar y otros a nadie), siento que en ellos la apuesta estética es una apuesta política. Herederos del lenguaje mediático, de la banalidad menemista y de los chocolatines Jack, intentan hacer su propio caminito despegándose de las sombras tan presentes de los escritores antepasados, los del boom latinoamericano y los de la literatura comprometida.

En esta sociedad que vive a destiempo intentando asumir ahora lo que debió asumir antes, quizá lo que más choca de este libro es que para hablar de los “exilios económicos” de los noventa –como dice uno los autores, Juan Terranova, en una crítica al libro Dónde estás con tus ojos celestes, del exiliado Daniel Moyano- necesitan ciertas veces negar a sus padres intelectuales y a sus sombras, sobre las cuales se discute tanto actualmente que no se puede ver el bosque, aún a pesar de que si bien el exilio de hoy se diferencia por ser económico, éste no es más que un terrible derivado de los exilios políticos en los setenta.

Se trata de un choque doloroso que se nota mucho en autores como Washington Cucurto y que deja abierta una posta a los que nacieron en los ochenta, los más nenes. Extranjeros en la Argentina y argentinos en el extranjero son los protagonistas post 2001 que recalan en la mayoría de los cuentos de estos jóvenes que tienen un lenguaje irreverente e intenciones de patear el tablero, burlándose de cualquier hipocresía, buscando una identidad propia en las técnicas tradicionales –seis autores son alumnos del taller de Diego Paszkowski- hablando de los nuevos exilios, los nuevos desencantos y alguna que otra luz de esperanza, más cercana al amor de los hijos que a las revoluciones.


Autores: Florencia Abbate, Gisela Antonuccio, Hernán Arias, Gabriela Bejerman, Oliverio Coelho, Washington Cucurto, Romina Doval, Mariana Enriquez, Federico Falco, Gonzalo Garcés, Diego Grillo Truba, Germán Maggiori, Pedro Mairal, Maximiliano Matayoshi, Alejandro Parisi, Patricio Pron, Samantha Schweblin, Juan Terranova, Pablo Toledo y Gabriel Vommaro

miércoles, 31 de mayo de 2006

Amalia, ese personaje que quiso ser literario, parece muerto

Se quejan porque mi blog carece de mi participación. Es que yo no escribo, estoy entumecida por los años que me aplastaron, o que dejé que me aplastaran. Sólo puedo enviarles fotos, donde una cara solemne oculta un profundo vacío, una cara que nada siente, que me es ajena, y que vive otra vida que no es la mía...




(y, sin embargo, voy a hacer un esfuerzo)

Hitler, un pillo vulgar e ignorante

... fui a una reunión de los «Inklings» el jueves por la noche, y me trasladé con una iluminación casi de tiempos de paz hasta el Magdalen por primera vez en 5 años. Los dos Lewis estaban allí, y también C. Williams; y además de una agradable conversación como no había disfrutado durante meses, escuchamos el último capítulo del libro de Warnie, un artículo de CSL y un largo fragmento de su traducción de Virgilio. No inicié el camino de regreso a casa hasta medianoche, e hice parte del camino con C.W.; la conversación derivó a las dificultades de descubrir qué factores en común existían, si los había, en las ideas asociadas con "libertad", tal como la palabra se emplea en la actualidad. Yo no creo que las haya, pues la propaganda ha abusado tanto de la palabra que ha dejado de tener valor alguno para la razón y se ha convertido en una mera dosis emocional para generar calor. En el mejor de los casos, parecería implicar que los que lo dominan a uno deberían hablar (como lengua nativa) el mismo idioma; que es en última instancia a todo lo que se reducen las oscuras ideas acerca de la raza o la nación; o de clase, en lo que a Inglaterra se refiere ....

Las noticias de guerra occidentales, por supuesto, ocupan gran parte de nuestro pensamiento, pero tú sabes sobre la cuestión tanto como nosotros. Tiempos angustiosos, a pesar de un griterío más bien prematuro. [...]

No puedo advertir mucha diferencia entre nuestro tono popular y los celebrados «idiotas militares». Sabíamos que Hitler era un pillo vulgar e ignorante, además de tener otros defectos (o la fuente de ellos); pero parece haber muchos p. v. e i. que no hablan alemán que, si tuvieran la oportunidad, manifestarían la mayor parte de las otras características hitlerianas. Había un solemne artículo en el periódico local que abogaba seriamente por el sistemático exterminio de la entera nación alemana como única medida adecuada después de la victoria militar: pues ¡No son más que víboras de cascabel y no conocen la diferencia entre el bien y el mal! (¿Y el autor del artículo qué?) Los alemanes tienen igual derecho a declarar a los polacos y a los judíos alimañas exterminables y subhumanas como nosotros a los alemanes; en otras palabras, no tienen ninguno, no importa lo que hayan hecho.

Por supuesto, aún hay aquí una diferencia. El artículo tuvo respuesta, y la respuesta fue publicada. El Pillo Vulgar e Ignorante no es todavía un patrón dotado de poder; pero,en esta isla verde y placentera, está mucho más cerca de convertirse en uno de ellos que lo estuvo antes.

Y todo eso lo sabes. Sin embargo, no eres el único que necesita dejar escapar vapor o reventar a veces; y yo podría dejar escapar un vapor si abriera la válvula, comparada con el cual (como la Reina le dijo a Alicia) esto sería sólo aire perfumado.

No se puede luchar con el Enemigo con su propio Anillo, sin convertirse uno a su vez en Enemigo; pero desdichadamente la sabiduría de Gandalf parece haber desaparecido con él hace mucho en el Verdadero Oeste ....





(Extraído de una carta de J. R. R. Tolkien a su hijo, Christopher Tolkien, quien luchó en la segunda guerra mundial contra la Alemania Nacional-Socialista de Hitler)

Envío de Ramón L.

martes, 30 de mayo de 2006

Diego Viniarsky: Poema ante el silencio después de su muerte



Qué soy sino escrito. Qué soy si no excreto tinta de mis entrañas, extrañas a mí tanto como el mundo, mudo testigo de un crimen que no cometí y por el que estoy pagando con mi propia culpa, pulpa de papel escupida y esculpida a golpes de pluma. Plúmbea liviandad del ser, de no ser más que palabra. Qué más, quién más puedo ser (quién más puede serse) que ese no ser. ¿Ese no ser qué? Ese noséqué que soy sin ser. ¿Sin ser qué? Sin ser sino eso, sino.


Diego Viniarsky
Del poemario "Lo Cierto" (Ediciones Perse, Buenos Aires, 2005)

sábado, 27 de mayo de 2006

Cristian De Nápoli responde a la gente de Haceme Llegar




Cristian De Nápoli, uno de los editores de Eloísa Cartonera responde al artículo "Helder contra Helder" que Damián Selci y Violeta Kesselman publicaron en la revista electrónica Éxito (del grupo Haceme Llegar). En el mismo, Selci y Kesselman acusan a Eloísa Cartonera de "estetizar" al cartonero, practicamente condenándolo de esta manera a seguir en la basura, en el marco de un análisis de las supuestas contradicciones entre el Helder crítico y el Helder poeta. De Nápoli asegura que en la editorial no está trabajada por "cartoneros reales", categorización acuñada por los autores del artículo sino por trabajadores "asalariados". Y, entre tanto, le da con un palo a los blogeros ( "hay una comunidad bloguera formada por 50 o 100 jóvenes que habitan un espacio de veinte manzanas de Palermo: ¿por qué no se encuentran en un bar y hacen una revista?") y a los críticos literarios ("el crítico cultural de hoy borró toda especificación y se permite hablar de cualquier cosa, de cualquier disciplina, con toda seguridad. Y con una seguridad que en muchos casos, sin duda, quita todo matiz de trabajo digno que pudo haber existido en el hombre de letras").
Cabe señalar que los de Eloísa Cartonera planean sacar libros no sólo de cartón, para eso crearon dos sellos: Mansalva (editorial dirigida por Washington Cucurto y publicará narrativa)y "Black & Vermelho" (encarada por De Nápoli para editar poesía, ensayo y rarezas). Con su usual objetivo de hacer leer fragmentos "vanguardistas" ofreciéndolos a precios económicos.

CLICKEA AQUÍ PARA LEER EL ARTÍCULO DE DE NÁPOLI
CLICKEA AQUÍ PARA LEER EL ARTÍCULO DE SELCI-KESSELMAN

jueves, 25 de mayo de 2006

MIENTRAS CALENTAMOS MOTORES PARA EL MUNDIAL, UN CUENTO DE EXALTACIÓN FUTBOLERA RECIÉN SALIDO DEL HORNO DE MARCELO GUERRIERI




Anécdotas de la 9 de Julio: Prólogo

El rumor sobre la transmisión de la final del campeonato del mundo en pantalla gigante, empezó a circular unos pocos días antes del encuentro. Y aunque los historiadores no se ponen de acuerdo acerca del origen del malentendido, la mayoría coincide en que la idea empezó a cobrar fuerza alrededor del lunes. Algunos hablan de envidia, incluso de plagio a la idea de los brasileros. Pero yo me inclino por las palabras de uno de los más serios revisionistas de los acontecimientos de la 9 de Julio: “No hubo premeditación alguna. Durante una conversación entre compañeros de trabajo, en una oficina, en un bar, el rumor se expande como un reguero de pólvora; porque el fallido encarna, sin saberlo, la necesidad de todo un pueblo: urgencia por juntarse frente a tanta desconfianza, pobreza y miseria y sálvese quién pueda.”.

Los andariveles de la Avenida, pintados de celeste y blanco, componían una gigantesca bandera que se alargaba desde Constitución hasta Retiro; alfombra de asfalto albiceleste, de casi treinta cuadras, que contagiaba fanatismo y los más exagerados decían: “Puede verse desde la luna”.
Edificios embanderados, cabelleras teñidas con los colores de la selección, autos pintados como banderas y cintas de papel colgando de los árboles. El detalle que coronaba la apoteosis total era un gigantesco sombrero de arlequín celeste y blanco que adornaba la famosa punta del obelisco, con apliques de tela que se curvaban como hojas de palmera.
En el otro rincón del cuadrilátero, una temperatura más condescendiente con lo acalorado del evento esparcía sus vientos tibios sobre la población brasilera. Desde hacía una semana, en la ciudad de Río de Janeiro, se celebraba “O Carnaval do joga bonito”.
Scolas do samba paseaban en peregrinaciones bacanales con legiones de mulatas sacudiéndose al compás de la música. Frenéticas, los cuerpos negros pintados de verde y amarillo o cubiertas por inmensos trajes con lentejuelas de colores. Dos pantallas de cine, instaladas sobre una carroza, avanzaban entre la multitud danzante mostrando goles y jugadas de partidos anteriores. En unos minutos, los miles de hinchas brasileros verían la final del campeonato mundial allí mismo, sin parar de bailar, sudando cerveza, saltando al ritmo de los tambores endiablados.
¡Toda una tribu lista para salir a la guerra!

El sábado en cuestión, los hinchas empezaron a llegar desde muy temprano en la mañana. Sentados sobre los baldosones de la Plaza de la República o en banquitos de plástico en torno a las mesitas plegables, se instalaron familias enteras, grupos de amigos, vecinos y curiosos. Los mates ayudaban a aguantar la larga espera y propiciaban la charla entre desconocidos, alimentando la camaradería que exigía el evento.
Hacia el mediodía, ya estaban reunidas unas quinientas personas y un olorcito a asado se mezclaba entre las charlas. En una parrilla improvisada con alambres, un gordo vestido con la remera de la selección, convertido en asador del grupo, cocinaba varios chorizos mientras el humo se elevaba hacia el cielo como queriendo abrazar aquel gorro de arlequín que coronaba la punta inmaculada del obelisco.
Y la gente no paraba de llegar.
A la una de la tarde la aglomeración era tal que la policía tuvo que cortar la circulación en las calles adyacentes. Fue entonces cuando las fuerzas del orden empezaron a preocuparse.
Desde un patrullero, un policía gritaba a través del megáfono: —¡Es un error!, ¡repito!, ¡un error! ¡No se transmitirá ningún partido! ¡Deben despejar la Plaza de inmediato!
“¡Despejame esta!”, fue la ronca contestación del grupo y estallaron las risas y los comentarios chuscos.
Los uniformados intentaron llevarse algunos detenidos y hubo patadas, forcejeos, gritos y arañazos. Al instante llegaron las cámaras de “Crónica TV” y la noticia transmitida por televisión se transformó, sin quererlo, en convocatoria lanzada a todo el país.
El titular de Crónica, sobre su clásico fondo rojo con letras blancas, decía: “¡FIESTA EN LA 9 DE JULIO! LA FINAL se transmitiría en directo en PANTALLA GIGANTE. Fuerzas del orden se oponen. ¡¡¡HAY DETENIDOS!!!”.
Aquí, la coincidencia entre los historiadores es unánime. La noticia fue el detonante de la convocatoria.
Dos horas más tarde ya había más de doscientas mil personas aguardando el comienzo del partido y la bronca iba creciendo ante la ausencia de pantallas. El desconcierto y las rencillas se multiplicaban cada vez que algún policía trataba de explicar la situación.
A eso de las cinco, tras una reunión de gabinete convocada por el presidente con carácter de “emergencia nacional”, el gobierno tomó la decisión de instalar las pantallas.
A pesar de los argumentos encontrados, órdenes y contraórdenes, se optaba por aplacar los ánimos y transformar la bronca creciente en sana alegría futbolera. El horno no estaba para bollos. Sobre todo con los aterradores índices de desempleo, inflación y pobreza agravados por la crisis.
Diez minutos más tarde, dos pantallas inmensas –prestadas por los cines de la calle Lavalle–, avanzaban por Corrientes, colgando de las grúas de los bomberos, meciéndose sobre las cabezas y abriéndose paso entre la algarabía de la multitud.
Las grúas se detuvieron frente al obelisco y allí se colgaron las pantallas; una apuntando hacia Retiro, la otra hacia Constitución.

Visto desde Corrientes, a lo lejos, el obelisco empaquetado entre las dos pantallas, parecía un superpancho gigante cubierto de mayonesa; aunque al encenderse los proyectores, los colores y las formas en movimiento lo imbuyeron de una majestuosidad de gigante viviente. Gulliver que se despereza, rodeado de enanos, con su gorro de apliques que se agitan con el viento.
A las seis menos diez de la tarde el sol teñía el cielo de nubes rojo sangre mientras cuatrocientas mil personas coreaban el himno nacional junto con los jugadores en la pantalla; la alfombra de hinchas cubría la Avenida en ambas direcciones hasta donde llegaba la mirada; hormiguero rugiente, compacto y movedizo.
Un griterío ensordecedor coronó el final del himno. Dentro de los corazones de la multitud, el cielo persistía celeste y blanco, ¡la tierra celeste y blanca!, ¡los cuerpos celeste y blancos!
¡¡¡Vamos que Dios es argentino, carajo!!!

Los equipos ya están listos y primero es un murmullo, surgido de las entrañas de la pampa húmeda, ronroneo de árboles, llanuras y edificios, al que se suma el clamor de los vientos patagónicos y los ecos de la cordillera; llegados desde todos los rincones de la patria, los gritos estallan en un solo grito que atraviesa la selva misionera y se lanza de lleno contra el territorio brasilero. Del otro lado, parece que una tropilla de elefantes atravesara desbocada la selva amazónica; rugido sobre el Mato Grosso taladrando bosques, sumándose a los aullidos del mar, del río y de las aves.
Comienza el partido.

A los cinco minutos, amarilla para el arquero argentino. Cuatro muertos. Uno que se tiró del quinto piso y los otros tres, hinchas brasileros disimulados entre la muchedumbre, delatados por sus gritos de alegría.
En Río de Janeiro bailan las garotas mientras el siete brasilero gambetea en el borde del área grande; pase para el nueve; el defensor que le quiere hacer penal pero no puede; cambio de punta para el siete y chutazo abajo, al lado del palo, donde duermen las arañas.
Apoteosis total.
Abrazos y besos lujuriosos, tambores que repiquetean y taladran muslos y cabezas, montañas de personas festejando, sacrificios de gallos y machos cabríos y un torrente de cerveza y caipirinha que lo inunda todo.
El aire se transforma en un solo grito de gol. Más feroz que el rugido del inicio. Un grito que esta vez no encuentra la resistencia contraria.
Del lado argentino reina un silencio parecido al que debe haber en las galaxias del espacio sideral.
El estruendo del grito de gol brasileño atraviesa las llanuras, las sierras y los bosques y llega, intacto, a la 9 de Julio. Al pasar sobre las cabezas revuelve cabellos, arranca sombreros y va a pegar de lleno contra el gorro del obelisco, levantándolo por el aire como si fuera una bolsita de plástico.

Nos fuimos al descanso un gol abajo y casi al mismo tiempo se escuchó una explosión a lo lejos; el edificio del Ministerio estallaba en una lluvia de fuego y escombros.
Las hordas de hinchas –que hasta ese momento habían permanecido callados, meditabundos ante el resultado adverso– recibieron el estruendo con algarabía y fue entonces cuando empezaron las explosiones de autos e incendios de árboles. Lenguas de fuego se elevaban hacia el crepúsculo, corridas en masa, chapas y escombros llovían sobre el asfalto celeste y blanco; los focos de la Avenida, destellos de un cielo negro sin estrellas, proyectaban su luz difusa sobre la pantalla donde se ofrecía la selección de las mejores jugadas del primer tiempo.
Hasta que llegó lo inevitable. La repetición del gol de Brasil.
Mientras el delantero le pegaba a la pelota mandándola al fondo de la red por cuarta vez, un exaltado revoleó una bomba de brea sobre la imagen. La ocurrencia, que había sido recibida en un principio con gritos de aprobación, culminó con una masiva aporreada contra el desubicado, propiciada por los del lado que daba hacia Retiro, que iban a tener que aguantarse el resto del encuentro con un agujero negro en el centro de la pantalla.
El manchón se había esparcido hacia abajo y ya había tomado la forma de una gigantesca lágrima oscura cuando gran parte de la gente empezó a emigrar en masa hacia la otra pantalla. Hubo amontonamientos y peleas hasta que el árbitro marcó el comienzo del segundo tiempo y cada cual se quedó donde estaba, petrificado, en el lugar que el destino le había asignado.
Una humareda negruzca llenaba el aire y el cielo, aliento de dragón enfurecido, era una mezcla de sirenas de bomberos, chiflidos y el aspavientos de los helicópteros militares que sobrevolaban la zona.

En Brasil sigue la fiesta y la algarabía sostenida durante el entretiempo recibe el comienzo del segundo acto con un nuevo clamor de victoria. El rugido atraviesa nuevamente la distancia y esta vez el gorro del obelisco se desploma sobre las cabezas. Las scolas do samba se sacuden sin cesar. Torrentes de cerveza bajan burbujeantes por las laderas de la Serra da Mantiqueira y varios exaltados que se han arrojado desnudos al mar, festejan en orgías chapoteantes de alegría y alcohol.
Pero en el minuto diez, de contragolpe, el cinco argentino se gambetea a dos en el centro de la cancha y tira el pase –un pase largo, al ras del piso–, que deja al nueve en posesión limpia del balón, de frente al arco, en la esquina izquierda del área brasilera; entonces viene el amague, un defensor que se queda pagando y contra todo pronóstico, en vez de pegar el bombazo, viene el pase al diez –un pase lento, de billarista–, que lo deja solo en el centro del área; nadie lo esperaba –mucho menos el delantero–, que ante la sorpresa pega una patada débil, un poco apresurada, que va a colarse entre las piernas de un arquero que sale desesperado a achicar el arco.
En la 9 de Julio hay besos, gritos y abrazos. Millones.
Algunos gimen y se retuercen en el piso, otros putean de la alegría. Hasta que una muchacha –morocha, labios gruesos, cola redonda y pechuga como para todo un equipo–, revolea su remera por los aires y entrega sus hermosos pechos bamboleantes a modo de ofrenda ritual.
Esta acción arrebatada es bienvenida por la concurrencia masculina, y aunque al principio hay empujones y peleas, todo empieza a ordenarse cuando en una reacción en cadena varias muchachas imitan la ocurrencia.

Y todo aquel festejo fue de pronto un tumulto de manotazos, gemidos y ropas que volaban por el aire. Los más puritanos se limitaban a mirar o a acariciar una nalga, –por compromiso–, los más exaltados gritaban, saltaban o se sacudían entre multitudes de cuerpos enrojecidos por el furor y la risa.
Ajeno a todo aquello, el partido continuaba en la pantalla, hasta que en medio del jadeo multitudinario, empezó a escucharse un rumor molesto.
Primero fue un comentario torpe, dicho en voz baja. Luego el murmullo empezó a cobrar fuerza. Hasta que tomó cuerpo en la maldita frase que repiqueteaba acá y allá: “Penal para Brasil…”
Un gigantesco baldazo de agua fría caía de golpe sobre la multitud y todos despertaban del ensueño, cubriéndose con lo primero que encontraban: papelitos, retazos de tela, ropas medio rotas.
La atención fue volviendo de a poco a la pantalla gigante y cuando el delantero brasileño acomodó la pelota en el punto penal ya la situación estaba más o menos recompuesta. Un número inconcebible de ojos taladraba la imagen. El silencio era total.
El jugador tomó carrera con la lentitud de quien se sabe dueño de la situación. Respiró profundo. Tiró su cuerpo hacia atrás para darse envión. Y tras una carrera corta pegó el chutazo.
¡Un chutazo que fue a parar a la mismísima mierda!
Entonces las ropas volaron otra vez en la 9 de Julio y ya no hubo forma de contener aquel enjambre orgiástico, versión agioarnada de El jardín de las delicias.
El partido terminó uno a uno y luego del alargue Brasil ganó por penales. Pero solo unos pocos se enteraron de la anécdota, ya que al promediar los treinta del segundo tiempo, en las pantallas gigantes se empezó a proyectar la película El trueno entre las hojas con la argentinísima Isabel Sarli.
“All you need is love, papa-ra-rará”, repetía por los altoparlantes la voz de John Lennon mientras la Coca era asediada por machos inescrupulosos que intentaban manotearle sus pechos monumentales. A través de la Plaza de la República, un hombre entrado en carnes, con disfraz de Batman, perseguía a una colegiala que huía dando saltitos divertidos sobre un mar de parejas jadeantes. Apeados sobre los canteros de la plaza, una legión de hinchas sudorosos cantaba a coro una canción picaresca, avivada por fogatas y ríos de alegría. Obras de teatro se improvisaron en las esquinas; en Lavalle y Pellegrini, una sátira del asesinato de Juan Moreira; en Corrientes y Libertad, un gordo vestido de mujer con una calabaza en la mano representaba a un Hamlet carnavalesco acompañado por malabaristas y cantantes desafinados. Un poliladron multitudinario, –sobre Lavalle, entre la avenida y Esmeralda–, se desarrolló tras largas deliberaciones para fijar las reglas; valía esconderse en los negocios y en los cines, pero no en los edificios ni en las galerías. Una mancha venenosa a lo largo de Corrientes convocó a los más pequeños y un partido de fútbol de “Vestidos contra Desnudos” –cincuenta de un lado contra cincuenta del otro– permitió a la concurrencia masculina lucirse ante las miradas de las muchachas que aplaudían cada jugada y festejaban los goles arrojándose sobre el autor y llenándolo de muestras de cariño de todo tipo. Los más pacíficos, por su parte, habían formado una gigantesca ronda y tomados de la mano giraban en torno al obelisco; anillo inmenso, un solo cuerpo que danzaba siguiendo el batir de los pies contra el piso; un pasito al frente, dos al costado, otro atrás, dos al costado otra vez.
Y la gente siguió llegando.
Desde los distintos barrios avanzaban hacia el obelisco, en procesión bulliciosa, multitudes que se sumaban al mar de algarabía, golpeando sus cacerolas, impulsados por el recuerdo de un reflejo atávico, familiar y compartido. Las rutas empezaron a poblarse con caravanas interminables que se dirigían hacia Buenos Aires mientras en la pantalla gigante, la Coca sonreía al país entero; y ahora el Flaco Spinetta cantaba, para alegría de todos: “Ahí va el capitan Beto, por el espacio…”.
A las dos horas empezaron a aparecer los gendarmes con sus balas de goma y gases lacrimógenos.
La resistencia de los hinchas era desordenada pero firme. Los más experimentados en estos asuntos lanzaban bombas molotov y los vehículos militares tuvieron que emprender la retirada por Corrientes, rumbo al Bajo, perseguidos por una horda vociferante armada con garrotes y caños arrancados de las esquinas.
Luego vinieron los tanques hidrantes; otro intento fallido por restablecer el orden.
Ahora la gente resistía la presión del agua protegiéndose con escudos de chapa, puertas y carteles de publicidad. El agua fluía en ríos por las calles y en las hondonadas se formaban piletones que no hacían más que alimentar la algarabía; grupos de bañistas, ajenos a la lucha que se estaba gestando, chapoteaban y se tiraban en clavados desde los techos de los autos.
La superioridad numérica era tan abrumadora que al rato los tanques yacían volteados como escarabajos, pataleando panza arriba; las pistolas apuntaban hacia el cielo y el agua caía sobre las cabezas en una lluvia de gotas finas.
Varios vehículos militares fueron capturados por los hinchas y ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos, las armas se empezaron a repartir entre la multitud. Por los altoparlantes, la voz de Charly García cantaba ronca e hipnótica: “Cer-ca de-la revo-lución… el pueblo pide saaangre, cer-ca de-la revo-lución...”. Varios empezaron a cantar la marcha peronista; otros, indignados, abuchearon la ocurrencia y empezaron a entonar la marcha de la Internacional Socialista; este contrapunto se fue mezclando con otras marchas políticas y hubo varios que coreaban lo primero que se les venía a la cabeza –el himno a Sarmiento, la marcha del deporte, cantitos de hinchada–; la informe masa de voces se sorprendió de pronto cantando el himno; “Oooh jureee-mos con glo-ria mo-rir, Oooh jureee-mos con glo-ria mo-rir… “; esta comunión inauguró una nueva ola de algarabía y desenfreno, avivada ahora por la multitud de carne nueva que no dejaba de llegar desde los confines de la patria.

Ante la abrumadora resistencia, las fuerzas del orden no tuvieron otra opción que replegarse y volver hacia las estaciones de Constitución y Retiro donde habían instalado los regimientos de campaña.
Soldados, armas y tanques no paraban de llegar hacia ambas terminales.
En Retiro se concentraba la infantería pesada y la caballería; repiquetear de miles de herraduras sobre las baldosas, olor penetrante de la bosta, tensión en los rostros de los soldados que esperaban la orden para salir a la calle. Los baldosones del Hall de Constitución, estaban cubiertos por montañas de armas apiladas, fusiles, metralletas y pistolas; a un costado de las boleterías, los generales terminaban de trazar el nuevo plan.
La voz de uno de los comandantes se escuchó sobre el murmullo de los miles de soldados. Las directivas eran claras y precisas. Era necesario restablecer el orden a cualquier precio.
Pero hubo algo que las autoridades no esperaban; un grupo heterogéneo había improvisado un plan de resistencia.
Al promediar el segundo tiempo habían derribado las puertas del local de hamburguesas frente al obelisco y allí montaron el cuartel de operaciones. Sobre las mesas instalaron el arsenal de armas capturadas y varios teléfonos celulares arrebatados de los locales aledaños, indispensables para la comunicación y coordinación del grupo.
Todo se fue planeando en el fragor de los acontecimientos y cuando llegó la noticia sobre los cuarteles de Constitución y Retiro, decidieron avanzar, antes de que fuera demasiado tarde.
La noticia corrió de boca en boca, veloz como un rayo, mientras ese cuerpo multitudinario, feliz y enardecido, empezó a sentir, sin pensarlo, –como presienten los animales la tormenta–, que el momento de dar batalla había llegado.
Esta vez era todo o nada.
De a poco se fueron aplacando las orgías, los juegos, los coros y las obras de teatro, hasta que la tropilla aulló en un sólo grito antes de lanzarse mitad hacia Retiro, mitad hacia Constitución. El temblor de los pisotones de este cuerpo inmenso, que no dejaba de crecer, destrozaba los vidrios de los edificios a su paso y desde el cielo enrojecido por el fuego llovían como gotas los cristales astillados; el repiqueteo de los cacerolazos retumbaba entre los gritos mientras la corriente avanzaba por la 9 de Julio, alimentada por los ríos que llegaban desde Córdoba, Venezuela, Chile, Tucumán. Fue entonces cuando desde el local de hamburguesas se ordenó que los trenes arribaran a Retiro. A los cinco minutos hacían su llegada al mismo tiempo unas cuarenta formaciones desbordantes de nuevos desaforados, reclutados a lo largo de las líneas Belgrano y San Martín. Esta multitud cayó sobre los soldados al mismo tiempo que las hordas venidas desde la 9 de Julio. Con la sorpresa y la ferocidad de un maremoto. El relinchar de los caballos desbocados se confundía con las estampidas de los fusiles y los aullidos de dolor de los heridos; algo parecido era Constitución, humareda negruzca y olor a pólvora que tornaba el aire irrespirable.
Fueron dos batallas marcadas por la inexperiencia y la abrumadora superioridad numérica de la muchedumbre; luego de varias horas de avances y retrocesos en las calles y en los andenes, la victoria se selló casi al mismo tiempo en los techos ennegrecidos de Retiro y Constitución.
A las pocas horas ya se montaba en la Avenida la histórica Asamblea de la Plaza de la República mientras sucesos similares repicaban en todo el país. Por las radios y canales de televisión se empezó a gestar el primer intento de organización conjunta entre las asambleas, que se iban reorganizando en los barrios, retomando experiencias pasadas. La Asamblea Constituyente, convocada a los pocos días, fue el escenario de los debates urgentes.
Fieles al espíritu que había precipitado los acontecimientos, cuando las discusiones se estancaban en posturas irreconciliables, la cuestión se definía con un picadito mixto. Durante el partido, los odios acumulados en las discusiones se transformaban en violentas planchas, zancadillas y arañazos. El equipo vencedor imponía su postura y todo terminaba en un enorme festejo por el acuerdo obtenido.
Gracias a aquellos debates interminables y caóticos, –en los que las diferencias ideológicas solían definirse a las trompadas–, se consiguió ir instalando muy de a poco un nuevo orden, bastante más igualitario, libre y fraternal. Una coyuntura favorable esparció el ejemplo democrático por toda Latinoamérica y está claro que aquello fue la culminación de algo que se venía gestando desde hacía mucho tiempo en el espíritu de los pueblos. Como diría un famoso colega: “El historiador no debe buscar la razón de la explosión en la cerilla del fumador sino en la fuerza expansiva de los gases”.
Pero sobre estas teorías, ya hay mucho escrito.
Lo que falta en los manuales de historia es lo que he compilado trabajosamente y comparto con ustedes en las páginas que siguen. Esas ´Anécdotas de la 9 de Julio´ que se desarrollaron durante aquellas primeras noches, entre fogones y cantos, aullidos y explosiones; cuando empezamos a mirarnos a los ojos, sin entender cómo había sido posible todo aquello, –asombrados, aturdidos–, mientras en las pantallas de la 9 de Julio, desprejuiciada, alegre y feroz, la gran morocha argentina no paraba de chapotear.

domingo, 21 de mayo de 2006

CUENTO INÉDITO DE PATRICIA SUAREZ


ME LEVANTO DESDE SUEÑOS
Relatos de sueños

Me levanto desde sueños de ti
Percy Shelley
1. Anoche te soñé, le escribí a mi primer marido. Estabas llegando tarde a casa. Era el mediodía, poco después del mediodía. Recuerdo claramente cómo conocía yo el sonido de tus pasos, cómo metías la llave en la cerradura, el ímpetu con que abrías. Te veía entrar al patio. Llevabas puesta una camisa amarilla, clara, desvaída. Durante el sueño tuve la conciencia de cuánto me costaba lavar esa camisa, porque usabas un desodorante que la decoloraba a la altura de las axilas. Recordé el olor de tu transpiración, con todos sus matices: cuando hacía calor, cuando estabas nervioso, cuando el agotamiento. Recordé algo más: cuando el que en aquel tiempo era mi psicoanalista me preguntó qué tenías en común con mi padre y yo respondí: el olor de su sudor. Y él consideró que hubiera sido maravilloso un mundo donde uno se moviera guiado por los olores.
No lo sueño demasiado a menudo, pensé, pero no se lo escribí. Agradezco a Dios que así sea. Porque a la larga uno puede acomodarse en la pena como en un sitio más o menos confortable: la ausencia es tal vez menos insalubre que la presencia del ser amado. Es una conclusión a la que llegué con el paso de los años. Pero esto último no se lo escribo a mi primer marido, sino que me lo quedo masticando. Tiene una mujer nueva, y está en camino de ser padre.
La luz del sueño, la vividez con que sus camisas entraron en mi vida cotidiana –tan distinta ahora de la que llevábamos cuando estábamos juntos- me puso triste todo el día. No era añoranza, no. Era otra cosa.
Estabas parado en la luz, me digo.
Yo abriría entonces la puerta de la cocina, para llamarte.
La comida está lista.
Nos sentaríamos a comer en nuestra mesa demasiado estrecha.
Durante muchos años compartimos esa mesa donde apenas podíamos mover los brazos para utilizar los cubiertos.
Hacías un gesto.
Levantabas el dedo índice como señalando el techo.
Afuera un pájaro cantaba.
Y la luz se erguía sobre tu cabeza.
Y yo creia que el tiempo era infinito.

2. El año pasado tuve un sueño recurrente.
Soñaba que yo era la joven que Vermeer, el pintor holandés, pintó en La muchacha del aro de perla. No recuerdo nunca haber visto ese cuadro personalmente; ni siquiera soy una fanática de Vermeer. Sólo una vez hice un artículo sobre él, en un diario extranjero, a propósito de una muestra que se inauguraría en Buenos Aires. No ví la exposición tampoco.
Pensando en las circunstancias cotidianas que rodearon estos sueños, no encontré ninguna que explicara el por qué que yo soñaba con ella.
Busqué información en internet.
Vermeer no tuvo una modelo como Botticelli tuvo a la Bella Simonetta o como Tiziano a su hija. Era una chica holandesa de los alrededores, y en el cuadro representa la pureza.
Y yo no me considero un ser casto.
La primera vez que soñé ella, yo estaba conversando con mi primer marido. Mientras lo hacía, me ataba en la cabeza el turbante que la joven tiene en el cuadro. Yo, que tengo el cabello tan oscuro y sefaradí, veía en el sueño mis cejas rubias y holandesas.
Luego, ella que era yo, apareció en otro sueño. Caminando. Yo veía su vestido intensamente azul.
La tercera vez que la soñé fue a raíz de relatarle estos sueños recurrentes a un amante. Nunca, le dije, me sucedió que un personaje de cuadro quisiera comunicarse conmigo. Él no medió palabra. Yo estaba en su cama y me quedé a dormir con él. Entonces ella vino esa noche y mi amante acogió el relato del sueño con una indiferencia tal que parecía que él todos las noches se acostaba con espíritus y todas las mañanas desayunaba con fantasmas.
Y a la noche siguiente cuando ya estaba yo sola, en mi casa, en mi cama y con mis decepciones al descubierto, también vino la joven del aro de perla. Fue la última vez que la vi. Estaba parada frente a mí, esa mujer que era yo. Su vestido esta vez se veía negro, oscurecido, y fue apagándose su figura de abajo hacia arriba, y ni siquiera pude ver su rostro. Como un rollo de papel que se incendia, de pronto el misterio se fue como hubo venido, sin que yo atinara a resolverlo.

3. La última vez que viajé a ver a mis padres fue en el verano. Hacía demasiado calor. Estuve cinco días. Esperaba a la vuelta tener un encuentro con un hombre que me gustaba mucho. Sé que yo le gustaba mucho. Lo había invitado a almorzar y no veía qué cosa podía pasar que trastocara el sentido de este encuentro.
Una noche, en la otra ciudad, durmiendo en la que había sido mi habitación, soñé lo siguiente:
Estábamos sentados en la cama en la que dormí en mi adolescencia. El hombre estaba frente a mí. Yo tomaba su mano y la llevaba a mi esternón y él me tocaba y su mano entraba dentro de mi cuerpo. Entonces yo le decía: Estoy curada.
Volví y cociné para este hombre.
Compré un vino que no tomamos porque él era abstemio.
Hablamos de trabajo, en primer lugar. Un poco del pasado de cada uno.
Yo no podía ni mirarlo a los ojos.
Creía que el deseo se me notaba.
Existía un red tan tensa e invisible uniéndonos, que el primero que se levantara de la mesa rompería el encanto y causaría dolor al otro.
Fui yo quien se levantó primero.
No lo besé.
Pasé a su lado y me dirigí a la cocina a preparar café.
Él dijo:
“Creo que está siendo la hora de irme. Tengo que trabajar”.
Yo dije que me parecía muy bien; me temblaban las piernas.
Le serví el café y lo bebimos.
Se levantó y se fue.
En la puerta me abrazó.
Yo sentí que ya no tenía mucho sentido darle un beso.
Aparté mi vista de su boca y no quise interpretar mi temor como un fracaso.
Luego descorché el vino, me tomé un vaso yo sola y medité.
No encontré una sola respuesta que me explicara por qué no le había contado el sueño.
El estaba ahí, ponía su mano en mi pecho y tocaba mi corazón.
Bastaba eso. Pero no pude y me quedé callada.
Después, ya no volvimos a vernos.

TRISTE NOTICIA: MURIÓ DIEGO VINIARSKY, editor de la revista EL PERSEGUIDOR

sábado, 20 de mayo de 2006

TOM LUPO APORTA UNA ORACION ETERNA

INDIFERENCIA ANTE LA ENSOÑACION DEL PAISAJE EXTERIOR

viernes, 19 de mayo de 2006

Hoy, TRES POEMAS del chileno JOSÉ IGNACIO SILVA


LOS FUEGOS APAGADOS
III

Tres arpegios para sus tres humores:
Mañana, tarde y noche.

Eso regala la ciudad
que siempre ha estado, estuvo y estará,

cobija a todos los culpables
que corren como linfa por sus venas negras,

pero no habrá de culparla como a la sangre
por la risa o la lágrima:

ya estaba allí cuando pasé
y si estaba allí fue porque precisamente pasé

otros arpegios, ciegos, sordos y mudos
regalo a esta, mi ciudad:

sangre, sudor y lágrimas,
lo demás es cuento, lo demás

es rutina aprendida en la oscuridad.

Paraíso esfumado, distancia total
de la delicia del nublado de las tardes,

de la casa oscura a media tarde,
de la misa única, falsamente salvadora,

que no puede ser más que cuando me tomas
de la mano y bajamos por la calle como linfa

sangre y hacia atrás
sangre y hacia atrás
sangre y hacia atrás

sacadme de la escena, que solamente se vea
mi mano acariciar su rostro pecoso, el marco

de sus lentes de canela, su cara de
fantasías que no existen.

La ciudad me carcome la nuca, mi cuello,
ya no puedo dar al mundo señales positivas,

gestos de grandeza, actitudes humildes,
actos de contrición, exámenes de conciencia

-a lot of soul searching is being made
but not here-.

La ciudad lo ha hecho por ti
la ciudad sin sudor te lo enseña,

la ciudad tiene reservado un lugar para ti,
que no es el que ocupas,

la ciudad prepara el responsorio para tu nuca,
la ciudad se quema y revive para todos,

la ciudad es todos y a la vez aire,
no más que tres arpegios –a no sonreír-

mañana, tarde y noche.

ESTO NO DEFINE NADA


La nada es la nada
un todo negro
en un todo blanco
un avión que vuela
en un cielo de arena
la nada son todos los silbidos
que no alcanzan a nacer
en ninguna biblioteca.

CARLOS DE ROKHA SE ESTÁ QUEMANDO

La zarza sagrada
se ceniza de risas brutales
y ebrias

la zarza sagrada consume
el dorso de su hélice
muerta

entre navegantes
dormidos en canto
en niebla azul y olvido

la zarza sagrada
templa a rebato
el ventisquero tenue

que abraza lo submarino
hacia el final
de la jornada

la zarza sagrada
suda un agua turbia
inclaudicable

¡asciende de esta
miseria propia!

Eres la zarza sagrada
el gallo contento con su incesto
el arlequín que con la llave
abre la puerta y encuentra
un canto de profecías

en orden que llora
en sus herencias

una llama que canoniza el cielo.

José Ignacio Silva nació en Chile en 1980. Es editor de la revista electrónica Plagio. Fue antologado en Voces Germinales (2003). Artículos suyos han sido publicados en los suplementos Artes y Letras y Revista de Libros del diario El Mercurio, y en el portal Crítica.cl.

jueves, 18 de mayo de 2006

NO SE PUEDE ESTAR A SALVO NI POR LA POESÍA NI DE LA POESÍA


Romina Agostino, de Perú, entrevista al poeta guatamalteco Alan Mills en su blog La Rústica En el reportaje titulado Ya no soy "sujeto" de mi poesía, Mills-inducido por su interlocutora- desarrolla el concepto de estar a salvo mediante la poesía.

La verdad, me cuesta pensar en la poesía como un instrumento de “salvación”. Me cuesta pensar, de hecho, en cualquier posibilidad de “ser salvo”. Más bien me interesa el hecho poético como un ejercicio de riesgo, de poner la existencia frente a un cuestionamiento esencial. No creo que haya una sola línea en la poesía latinoamericana que nos permita sentirnos a salvo, ni siquiera creo que la haya en toda la poesía universal. Básicamente porque no es ése el cometido de la poesía, el arte no debería incluir la pretensión de constituirse en ese salvavidas que muchos quisieran que fuera. Y ahora, esa misma posibilidad de “ser salvo” en un mundo que, no sin cierta ironía, podríamos llamar “posmo”, aparece ya como un hecho todavía más improbable, puesto que dicha salvación implicaría la confianza contumaz en un discurso totalizante (pensemos en el neoliberalismo y sus eslóganes), capaz de aliviar todas nuestras angustias, implicaría la confianza en algún relato inyector de certezas y de seguridad. Al decir “posmo” quiero ejercitar una crítica a una posible asunción acrítica de la posmodernidad, en tanto lógica cultural. Entre mis cercanos he podido notar que hay cierta tendencia a negar la existencia misma de esa lógica cultural, una especie de fuga hacia un pasado más pleno de certezas; no considero que eso sea beneficioso para examinar a fondo nuestra realidad. Ud. habla de derrumbamiento, y se me impone imaginar a los poetas jugando con los escombros, edificando escaleras extrañas.

miércoles, 17 de mayo de 2006

Blogonovela


Nuestro premiado amigo laisecano Marcelo Guerrieri escribe desde Uppsala su blogonovela en tiempo real "Aristóbulo García, detective bonaerense". Una entrada por día que nos hace hasta creer que el tal detective existe. Para dudar si en Internet al menos alguno de todos los que chatean, publican o lo que sea por este medio es de verdad real.

martes, 16 de mayo de 2006

III Encuentro Internacional de Poetas "El turno del ofendido"

La Fundación Metáfora se complace en anunciar el III Encuentro Internacional de Poetas "El turno del ofendido" a realizarse en El Salvador del 20-27 de mayo de 2006.

POEMAS DE ALGUNOS INVITADOS (Y, PROXIMAMENTE, EL PROGRAMA)
Saúl Ibargoyen

CIERTAS LÁGRIMAS

Una muchacha arroja sus lágrimas
a través de los nervios negros
del teléfono.
¿Dónde ha nacido
el origen de esas aguas
desesperadas que manchan
la acidez de la sal?
Una muchacha simplemente
expulsa respiraciones floraciones
dulces mocos
y oxígenos oxidados.
Hay palabras sin alcohol
en la oreja derecha
de su nuevo corazón:
esas palabras
son casi las mismas
que usa cualquier distancia de aire
para sentarse junto al dolor
ahora cerrado de sus ojos.
Esos sonidos tienen
una silenciación que el vacío mastica
un idioma que sólo dos lenguas comprenden.
Esos sonidos soplan
sobre piel y pelos
y requemados párpados.
Una muchacha recoge sus lágrimas
como simples objetos de sales y agua
y las ordena en un rincón
de su recámara:
allí donde cruje el mundo
allí donde los ángeles
se peinan las plumas
después de orinar.


Manlio Argueta
RÉQUIEM POR UN POETA
Tú que vas por el mundo en la hora del sueño.
Marchas con alegría. Saludas con una flor
iluminada por tu sonrisa de niño malo.
Tú que hablas con los vagabundos. Haces poemas.
Das de beber al sediento en las noches difíciles.
Tú que deseas congraciarte con la humanidad. Repites Homo hominis lupus y sin embargo nada tienes.
Por el camino vas dejando todo. Tiemblas de frío.
Ves en el amigo la mejor estrella.
Compartes la camisa. Te das en la poesía.
Te queda sucio el cuerpo, el polvo de la luz;
lees orlando fresedo en las páginas literarias
pero por dentro te nacen ríos entre lirios.
Y descubres el oficio de ser hombre.

Sé que resulta difícil ganar el pan de cada día
(dánoslo hoy perdónanos). Y peleas con los perros;
pero alzas los brazos —en dirección al aire
hacia donde palomas en bandadas
miran con sus ojillos de encendidas luciérnagas.
Y tú las miras también, en la hora del cazador.
Y tú las miras en la hora que nos roban el corazón.

No hay alternativa. Robas el pan al llanto, ¡ladronzuelo!
Es la palabra de siempre. Luego, el himno de batalla;
miradme no me queda nada salvo salvo mi fama de bandido,
y mi piel cantadora, alma mía, alma mía el día que me olvides.
Lavas el aire con tu rostro de agua fresca.
Cuando eres el primer perfume de la madrugada.
Cuando eres malherido constante. Figura malherida.
Copa de luz enferma. Incomprendido por el puñal de la noche.
Así te mueres, la suciedad del tiempo
cae sobre tus formas de poeta.
Temes al soplo de la soledad. No sabes
adónde ir. No sabes si naces para el vuelo
y hay que robar el pájaro cautivo. Por eso
cuando llueve sobre la hierba, cuando los clarineros
dibujan el perfil de la mañana, cuando las cigarras
entonan la misa de los desaparecidos,
hacen tu vaso limpio y los ojos que velan.

A veces eres piedra mojada por la niebla del vino.
Inaccesible bondad o ángel de la guarda
que no sabe a quién cuidar. Y entonces caminas.
Buscas la soledad en el sueño de viajero sin alas.

Y allá lejos, nos disputamos con nuestros propios deseos
la espina de pescado… pero no, el caro sorbo de agua,
el duro pan, el encierro.
Igual nos saludamos con el mismo sombrero.

Despiertas en las calles
con ramos de flores ¡buenos días! Y saltan
las estrellas humedecidas por la noche.
Tus pies navegan en octubre. Navío de otoño.
Mar tocado por el oro de las hojas agónicas.
Mientras un ciervo besa la mano de los niños
y la bondad es como la fruta roja del bosque.
Así vas niño loco. Tirapiedras querido.
Niño sin memoria. Ángel castigado por Dios.
Niño de las golondrinas. Caja de musicalidad.
Elevador de lunas, santo de los diez centavos.
Misa de ron. Poeta en las alas de la madrugada. Niño loco
entre hojas de eucaliptos. Hermano de los miserables.

Tú que vas por el mundo en la hora del sueño
por esas calles de san salvador bañadas por la luna llena.
Das pasos de niño, de vuelo recién inaugurado,
cuando la noche es oscura, el corazón es temeroso
y mañana será otro día.



Luis Alberto Ambroggio

PAISAJES DE USA

Si cada ladrillo hablara;
Si cada puente hablara;
Si hablaran los parques, las plantas, las flores;
Si cada trozo de pavimento hablara,
Hablarían en Español.

Si las torres, los techos,
Los aires acondicionados hablaran;
Si hablaran las iglesias, los aeropuertos, las fábricas,
Hablarían en Español.

Si los sudores florecieran con un nombre,
Se llamarían González, García, Rodriguez o Peña.

Pero no pueden hablar.
Son manos, obras, cicatrices,
que por ahora callan.

©2005 by Luis Alberto Ambroggio (de Laberintos de Humo, Tierra Firme: Buenos Aires, 2005)


Elvira Hernández

RECOGIMIENTO
En el Hospital Saint Paule de Mausole
En un patio reservado para hombres
Crecían lirios en desorden
Van Gogh los cortó de raíz
Con su paleta
Su recogimiento

En el jardín donde me he internado
espesura de mujeres
Crecen gramíneas sin nombre

Las recojo como es recogido el fuego



Esteban Moore

EL TIEMPO LABRA LAS RUINAS DE LA MEMORIA

“No love deserves the death it has”
Jack Spicer

De aquella noche -------sólo quedan -recuerdos
los sonidos del lugar ------el atareado ronroneo
en la noche caliente -del equipo ---------de aire
acondicionado -el chirrido de una cortina -que
se cierra -------al resplandor de la ciudad


y aquellos gemidos en movimiento -----que caían
al oscuro vacío del pulmón de manzana -----------
desde no sabemos dónde-------invadiendo nuestra
silenciosa intimidad -------rítmicas onomatopeyas
que luego traducirías -entre risas -como: el festejo
de los vecinos del 7º “C”


de aquella noche unos ruidos -el amor ajeno -luces difusas
y las promesas ---------que los cuerpos no pueden sostener


(30-6-01--11.26)


Silvia Elena Regalado

MIEDOS
I
No le tuve miedo
a la desnudez del niño
ni a la oscura palabra del hombre.
Sólo me espantó
tu miedo
del niño,
del hombre,
de mi pecho abierto
al niño
y al hombre.


II
Debes salir a la mañana
para que el sol te pinte,
no importa que atardezca,
que te cubra la noche.
Sólo la oscuridad te dará las estrellas,
sólo la noche llamará otra aurora.