miércoles, 27 de junio de 2007

Repaso de palabras y de noches, Lucas Benielli

Tercamente acostumbrado
a dejar de ser quien ya no soy
con la recia certidumbre de un final o
una vaga presunción
de otra espera,
y una pena interminable,
y un deshojar de hojas muertas,
y una llamada que no se termina,
y un lamentar que suprime mis noches cuando ya nada queda
así, imponententemente,
se levanta el amanecer.

Como a Lucas, los invito a dejar sus más cortitos ejercicios poéticos en la sección "comments" de este post.

El quinteto de la muerte, nuevamente, con su comida y escritura de posguerra

sábado, 23 de junio de 2007

Otro amor experimental (personal/ "literario") y cacofónico

Vos, sujeto desinencial. Yo, el verbo elíptico en relación coordinante. Ninguno de los dos está. Está la ausencia. De noche la luna, y de la noche la luna. Ellos eran aquellos seres que no podía nombrar, los absolvía mi culpa. Pero ellos estaban, correteando, los seres estaban porque no me amaban. Eran los auxiliares de tu ausencia amada, su ausencia no incrustaba las espadañas en la cueva húmeda donde se ocultaba la luna. Su ausencia sólo dolía cuando no auxiliaban la ausencia de vos que, mientras tanto, tejías en mi verbo desinencias. El verbo húmero, desiderativo, dativo, genitivo, húmedo, moralizado, modalizado. -Hasta la victoria´s secret, sí, así, hasta la victoria siempre. Sí, así, hasta la utopía siempre, hasta lo imposible, hasta articular el verbo con el sujeto y que la noche se cerrara sobre ellos y no les permitiera desaparecer sin haberse abrazado profundamente, sin liberar estelas del lenguaje en el corazón del silencio. De vez en cuando, los auxiliares gramaticalizaban, entonces, te colocaban a vos en función de relación coordinante con el verbo elíptico. Entonces, los auxiliares agregaban el elemento que faltaba, generalmente una palabra imprevista y a destiempo. Por fin, de a ratos, yo ya estaba en pie de igualdad con vos, y te estrolaba contra la pared para succionar tu cobardía. Como una venganza. En realidad, te succionaba el alma.

Ellos eran aquellos seres que proferían el dolor sin preferirlo como vos y yo. A veces sugerían, con trombetas verdes: “Hagamos unos ejercicios mentales y después volvamos a este lugar”. Tiraban la primera piedra: “Yo lluevo y llueve lluvia mientras llueve maná del cielo”. Me estrechaban.

-¿En la Biblia también llovían mamás?
-No, mamas. Sus mamas que eran tus mamas. Mamas grandes pero fofas pero blancas pero largas.

Estas conversaciones se extendían por Internet o en casa antes de volver a la cama. Cuando volvía, me sentía absolutamente humillada. El arte como resultado de la destrucción. -¡Oh!- Las piernas que ya no eran dos. El yo como una percepción. –¡Oh!- La mentira que era igual a la anterior de la anterior. El mundo como un malentendido. –¡Oh!- Lo tácito abriendo las brechas insondables del terror.

La fugacidad eternizada en un disquette.

¡Oh!

Me quedaba enganchada a vos porque tus ojos se cerraban. Vos quedabas enganchado a mí porque mi sexo se cerraba. Tenía miedo. Vos me besabas. Tenía miedo. Abría la ventana. Vos tiritabas. Creo que pretendía entender cómo podía ser que el sol fuera una estrella. Lo buscaba de noche, y parecía inútil. Sólo encontraba su luz, el todavía visible horizonte de la luna invisible, de una luna oculta en la cueva húmeda donde las espadañas se incrustaban. Yo era una sombra del sol que quería ser tu sombra. Sólo encontraba al sol sobre la piel que tus ojos negros hicieran como de luna.

jueves, 21 de junio de 2007

Un fragmentito que le escribí en el 2002 al que amé y no me dio bolilla, al que amé y obvio que ahora odio.

Nuestros cuerpos están hechos de gerundios
que graban en la mar una ola funesta,
el desfondar de un bote en la laguna,
mientras los grillos cantan
mientras los sapos tosen.

Ojos bien abiertos



Sobre Los Países Muertos, de Raúl Zurita

La historia de este poemario “Los países muertos” (Ediciones Tácitas, 2006) , no empezó con un olvido. Por el contrario, es el pasado el que vuelve, el que abre los ojos, el que permite la libertad y la continuidad del amor en medio de un desierto nacional “antipoético”. Abre el camino al reencuentro con la identidad de quien canta a lo desaparecido -por muerto-. “Es un libro límite que indaga en zonas que no se han tocado”, asegura el autor Raúl Zurita (Valparaíso, Chile, 1951). De hecho, esta obra piensa ser parte de otra llamado “Zurita”. Una obra hecha a imagen y semejanza de sí.
Sí. Y a imagen y semejanza latinoamericana, desde la imponente geografía chilena. En los acantilados de Chile que dan al Pacífico, ahí es donde van derrumbándose los países de la región, hasta caer en las amurallas olas de la desdicha que se cierran conformando un gran nicherío amuchado que dibujará. “Sí, sí, miles de cruces llenaban hasta el fin el campo”. “Pero en el corazón/ninguna cruz falta//Mi corazón es el país más devastado”. Este reconocimiento de la historia propia en la historia del pueblo se va deshilvanando en tres partes. “Los países muertos” relata la muerte generacional y pasa factura con nombre y apellido a poetas e intelectuales, de manera histriónica, homenajeando a coterráneos como Bolaño. Ese detalle ha generado una polémica fijada no en la obra per se, sino en sus “agravantes versos a quemarropa”, como escribió Cristián Warnken para El Mercurio. La segunda parte, “Canto a su amor desaparecido (1984)” -obra maestra del poeta- pasa factura a la política y va detallando el sufrimiento de cada uno de los países latinoamericanos. “El nuevo estrecho” pasa factura a la falta de amor, una vez que las amuralladas olas se abrieron hasta permitir reflotaran que los pedazos cenicientos y muertos de seres y de países. Muñones que se rozan como si vivieran, como si desearan. Como si, parecido al que blande para los argentinos un Leónidas Lamborghini exiliado. (“Todos buscan a todos y todos se/ encaman con todos/ pero nadie se toca con nadie”). Los poemas de “El nuevo estrecho” utilizan como musa una foto obscena acorde con la era expresada.
Además, la obra completa otorga la seguridad de que el amor salva, haciendo que “casi” amanezca, circularmente -me recuerda a Juan José Saer-. (“Nací bajo Pinochet y viví bajo Pinochet/morí bajo Pinochet.// Pero te quería yo / tanto que hasta no me parecía tan malo”). Zurita declaró en una entrevista: “la dictadura me salvó la vida”. Será porque le abrió los ojos.