Prati
Ahora que los arcos apuntan a otro centro
y sabemos que, en adelante, nadie va a pensar que soy
buena en lo que hago, puedo confesarte que entendí
desde el principio lo que iba a perder si te seguía.
La calle se abre en dos: por un lado estoy yo, por el otro,
nuestra vida juntos. Busco la frase que lo diga sin
dobleces: -seres humildes-, cuando uno parta, el otro siga,
de Teasdale, o mejor, aquello que escribió Emily, el alma
escoge su compañía. Luego cierra la puerta.
Estoy conforme con el trato. Pudo haber sido más
injusto. Del resto se encargará el paso del tiempo:
quién sabe haga de nosotros una vitrina con varios estantes,
unos arriba, otros abajo, donde tus cosas estén
mejor dispuestas que las mías y llamen más la atención.
Crenovich, Del Prete
(1935), etc., etc., etc.
Toco el celofán en el bolsillo de mi campera. Juro que estuve
ahí, aunque es como si no hubiera estado, porque a mí nunca
me pasan cosas memorables. Hay cinco caramelos: tres amarillos;
dos de color naranja. Los palpo a través de la bolsa que se tornó opaca
por el azúcar, por el polvo que despidieron cuando caminé
a zancadas intentando huir de él, de su mano derecha, sus dos ojos
-redondos como pines de delegación oficial-, sus rodillas dentro
de un pantalón azul claro, porque: la era artística de la ficción
representativa toca a su fin, según el Manifiesto Concreto firmado
por Bayley, Maldonado, Enio Iommi, Girola, Lozza -y sus hermanos,
Rafael, Rembrandt-, etc., etc., etc. Ahora pienso que una buena
manera de incorporarlo a mi vida, de hacerlo más creíble
en términos formales, hubiera sido comiéndome los cinco caramelos
–él me dijo: para el viaje-, sin embargo, ¿qué quedaría
como prueba de que esa tarde existió, si me los hubiera tragado
uno a uno, haciéndole caso? Es algo difícil de creer, inclusive para mí,
que se supone que estuve con él en esa esquina, en ese bar: su mano
derecha –el mal pulso de su mano derecha-, los ojos -mucho más
abiertos que otros días-, sus rodillas, la nariz, esa sombra ovalada
en el nacimiento del pelo, todo, todo viniendo hacia mí que,
fiel a mi pasado atlético -a mi presente cobarde-, lo esquivé, porque,
el arte concreto habitúa al hombre a la relación directa con las cosas
y no con las ficciones de las cosas, o lo mismo decir: no estoy lista
para adherir a semejante proclama, como sí lo estaban Hlito, Espinosa,
Molenberg, Lidy Prati, Caraduje, Contreras, Núñez, etc., etc., etc.
Crenovich, Del Prete
Al contrario de lo que quiere la gente,
yo ruego que el colectivo
venga lleno cada vez que viajamos juntos.
Nosotros no tenemos nada en común.
Jamás nos hubiésemos conocido viajando.
Él vive hacia el norte; yo más al centro.
Ni siquiera nos coinciden los horarios. Damos
dos pasos atrás. Se agarra del pasamano. Yo
me agarro de él –no puedo hacer más: con suerte
le llego al pecho-. Nos presionan de todos lados:
entregar un libro en dos días; sus clases
de los viernes, y veinte albañiles que intentan
llegar temprano a casa. ¡Un pasito más!, grita el chofer.
Lo miran con mala cara, en cambio, su cara
es inconfundible: no está enojado, no está triste.
Quiere pedirme lo que no podría darle. Vení,
me dice con esa voz grave que usa a veces, y yo
me interno como una adolescente en el hueco
que hay entre su abrigo y la camisa verde musgo.
Lo abrazo. Él y yo no tenemos nada en común,
pero su corazón está en la punta de mi boca –lo
siento latir-, el colectivo va lleno, un bebé
llora adelante y nos quedan quince minutos
de algo demasiado parecido al amor.
Vitullo
Cuando Sesostris cambió la horizontalidad
del granito por tótems como Chola, Cóndor y Malambo -casi al final
de su vida, aunque tampoco lo supiera-, la academia le cerró
las puertas y los funcionarios
de la embajada argentina en París escondieron sus tallas
en un sótano. En su diario escribió: nadie me ve
como yo quiero que me vean. Lo extraño es que habiendo sido
modelo de Bigatti y de Bourdelle tuviera una sensación
tan baja de sí mismo. Enfermo, se casó y entró como empleado en una cantera
donde le regalaban los bloques que modeló
resignado a no tener una vida mejor
ni un regreso glorioso a la patria. En un momento se empeñó con ser poeta:
así es el infierno de los que hacemos todo
de una forma apagada y distante, anotó en la estrofa quinta de un libro
que jamás fue publicado. Para cuando lo descubrió
Pirovano, su obra estaba desvalorizada
y su páncreas –tan joven como él-, casi muerto.
Premios Municipales
Tus zapatos, vistos de atrás, son algo extraño.
Como si el mundo fuera en dirección contraria
a lo razonable o los demás estuvieran todos confundidos.
Te miran por la calle. Yo hago igual.
Tus zapatos tienen un color indefinido entre el marrón claro
y el gris. Una mujer te pide que la cruces
hasta la otra vereda. Aunque no es ciega, solo puede mirar
hacia adelante, dice en voz alta. Yo los acompaño. De lejos, tus zapatos
fundan un mundo. De cerca, se le ven las manchas
de agua de zanja y pintura negra.
(PS: el único poema que jamás concluyo)
Cecilia Romana nació en Buenos Aires en 1975. En poesía publicó: Flota, hangares y otros trabajos mecánicos (Córdoba, 2004); Duelo –en colaboración- (Buenos Aires, 2005); Aviso de obra, con el que obtuvo el Premio de Poesía Iberoamericana Sor Juana Inés de la Cruz 2006 (México, 2008); No lo conozcas, con el que obtuvo el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2006 (México, 2007); El libro de los celos, Segundo Premio Poesía Fondo Nacional de las Artes 2009 (Buenos Aires, 2010); Los que fueron, Segundo Premio Poesía Fondo Nacional de las Artes 2011 (Buenos Aires, 2013); Poemas concretos (Buenos Aires, 2015). Participó en antologías del país y del exterior. Sus poemas han sido traducidos al francés, inglés, italiano y polaco. Es colaboradora de las revistas Fénix (Córdoba) y Hablar de poesía (Buenos Aires), como también del diario santafesino El Litoral. Es licenciada en Artes y Ciencias del Teatro.