El marte pasado, los retadores "subieron al escenario de Bartolomeo y, ante una pequeña multitid de, como mínimo, treinta personas, hicieron lo suyo" (todo lo entrecomillado será el dixit de los organizadores). Se batieron a duelo. La consigna era El hombre al que le sacan una palabra.
"Funes leyó haciendo gala de su conocida capacidad dramática, respiró, inhaló y exhaló, interpretó personajes y todo eso". Parecía que Romero estaba muerto, que los recursos nada literarios de Funes terminarían por aplastarlo antes del fin. Pero el cuento lo sostuvo a Romero a pesar de sus nervios traicioneros. Coincidencias: ambos leyeron los números de los capítulos. "Nos parece que la lectura en voz alta vuelve inoperante el número del capítulo, que puede ser reemplazado por un silencio significativo, pero si quisiéramos corregir haríamos un taller literario, cuando acá, en los duelos narrativos, no corregimos: hacemos que el bueno gane y el malo pierda. La verdad deportiva de la literatura".
Los espectadores votaron por el "mejor". ¿Qué votaron?
R. Romero: 14- Funes: 13
VISIGODOS
Por Ricardo Romero
1
Funes no era un hombre particularmente desconfiado, así que cuando ella le dijo quién era y de dónde se conocían, él le creyó y la invitó a sentarse en su mesa y, más tarde, a meterse en su cama y en su vida. Pero eso, a pesar de su corazón simple y sin dobleces, no duró mucho. Cuanto más tiempo pasaba con ella, más difícil le resultaba aceptar que fuera la misma mujer de la que había estado enamorado dieciocho años atrás. Se llamaba Dolores, igual que aquella, y era parecida, era casi igual a aquel viejo amor, pero ese casi era una grieta que crecía y se ensanchaba a medida que la relación progresaba. Además de no ser desconfiado, Funes era un hombre juicioso, y por eso le costaba entender que alguien quisiera hacerse pasar por otra persona sólo para estar con él. Tenía ya 50 años que no aparentaba, y si bien vivía con comodidad, sus ingresos como corrector de un diario no eran especialmente tentadores. Nunca le había hecho daño a nadie, y no podía imaginarse que alguien quisiera hacerle daño a él. Pero cada vez que la miraba con atención, algo se demoraba en llegar o llegaba demasiado rápido, algo en su cara que no era el paso de los años, sino tal vez todo lo contrario. PARA SEGUIR LEYENDO CLIKEA AQUÍ
martes, 13 de junio de 2006
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