Julio, sus apariciones
¿Lo encontraría a Julio? Ahora que no está, que no hace falta buscarlo por la rue de Seine, por el arco que da al Quai de Conti o que sus ojos de gato telefónico brillen en la noche como un farol erguido sobre el cuerpo desnudo de su osita; que no hace falta, máxime si esa boca que mi dedo imaginaba tocar podría haber pertenecido a Julio, aunque los ojos fueran negros y no tocara saxo sino piano y yo no me llamara Edith Arón ni se tratara de Janis Joplin aunque sí Inti Illimani. Pero otra vez Cuba, el harakiri social, scotch on the rocks a las siete y media de la tarde, hormigas atravesando los ríos subterráneos de Roma, la misma nada inenarrable, idéntico el puente que había recibido a Julio con flores Madres de Plaza de Mayo y poemas Rubén Darío sobre mesita de hospital Saint Lazare. Cortázar, animal literario que para permanecer eternamente joven no necesitó de Dorian Gray ni aplicarse botox, exceptuando ciertas hormonas y el sudor acumulado mientras ejercía la docencia en Chivilcoy, sudor exprimido por Carol y esa América Latina violentamente dulce. Entonces, había dejado de ser un extranjero en su tierra para aprender a amar la batalla contra dictaduras que lo habían confinado a un exilio iniciado voluntariamente, cosa que no le impidió comprometerse y denunciar el infierno de los desaparecidos. Amar, esa palabra, encuentro entre dos extraños cuyo cuerpo constituye un límite definible y definitivo a menos que. Amar, esa comunicación imposible, salvo el deseo. ¡Si Cortázar estuviera! Son sus silencios, lo nunca dicho que dialoga con nosotros, jóvenes que no pudimos conocerlo porque estamos acá, del otro lado, es ese disco en verano que interpola a Cortázar engripado en invierno, nos da ganas de abrazarlo, de arrumar al fantasma bon vivant y bohemio, de soportar juntos alguna de esas espantosas películas húngaras. Al final no queda otra, hacerle el amor mediante lecturas y propalación de sus sueños, enamorarnos del otro que pudo haber sido Julio y que nos falle como le falló a la verdadera Maga y como él me faltó a mí, si no supe cómo, el otro y Julio que saltan desde la autopista del sur hacia el cielo, los ojos y literaturas de ambos henchidos de mí, lectora que al momento de ultimar estas palabras apuradas por cruzar el puente todavía está de este lado de la muerte.
Amalia Gieschen
En la Luna, 2002
Amalia Gieschen
En la Luna, 2002
6 comentarios:
Bonito homenaje. Como que este mundo entero es una casa tomada por alguna puta fuerza (rara humana)
Buen blog, saludos de Chile
Muchas gracias Hugo por su generoso comentario. Quizá hasta uno mismo es una casa tomada, ¿no?
Cariños desde Baires,
Amalia
uhh pa eso escribo para..no sé si salir o entrar a la toma
Buena onda Amalia
aquí leyendo
Eh, buena onda vos! (Con tono futbolero)
Creo que entramos y salimos de la toma cuando escribimos, nunca estamos a salvo de la paradoja.
Ya desde nacer, siendo individuos y a la vez seres sociales...
Me gustó el poema que leí.
Vivimos en una casa tomada... o ¿vivimos en una casa tomada? excelente homenaje al cronopio mayor, quien provoca aun en estos tiempos la nostalgia de la a América latina azotada...
Tengo un discurso de don Julio Cortázar en mi blog, discurso dirigido a estudiantes de Xalapa en 1980, puede que te interese leerlo, al igual que las letras del gigante Cortázar todo lo que en el se lee se conserva vigente...
si te decides a verlo disfrútalo.
Recién leo tu homenaje a nuestro querido Julito.Me encanto.Por sugerencia de Leo Lobos entre a tu página y está muy buena.
Saludos
Edgardo
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