martes, 6 de mayo de 2008

Las miserias de Heker

Por: Sudestada


Menos mal que este país se olvidó la memoria. Sólo así es posible comprender el doble discurso de ciertas voces que se hacen leer hoy, igual que tres décadas atrás. Hay un artículo, una autora y una historia por mencionar.


Menos mal que este país se olvidó la memoria. Sólo así es posible comprender el doble discurso de ciertas voces que se hacen leer hoy, igual que tres décadas atrás. Hay un artículo, una autora y una historia por mencionar. La nota, “A 30 años de la polémica con Julio” (Ñ, 22/03/08); la autora es Liliana Heker y la historia es la siguiente: en plena dictadura, Julio Cortázar escribe desde París el artículo “América latina: exilio y literatura”, donde da cuenta de las perversiones de un régimen criminal que aniquila y censura a todo aquel que exprese intereses discordantes con su proyecto sanguinario. También denuncia, de forma dramática, que en Argentina se estaba produciendo un “genocidio cultural”. Nada de razón le faltaba a Julio: ya habían desaparecido miles de argentinos y, entre ellos, artistas como Haroldo Conti, Miguel Ángel Bustos, Raymundo Gleyzer, Héctor Oesterheld y tantos otros.

La reacción de la, por entonces, redactora de El ornitorrinco, Liliana Heker, no se hizo esperar. Oportunista como pocas, la señora Heker consideró “negligentes sus declaraciones (las de Cortázar) sobre nuestra realidad nacional”, y hasta ironizó sobre sus dichos: “Ya que no se le puede atribuir mala fe, al menos puede suponérsele cierto apresuramiento, una necesidad a ultranza de hacer causa común con los exiliados, aun a riesgo de dar una imagen maniquea de la realidad”. Además, revestida en una argentinidad marcial, Heker se despachaba con una lista de razones por las cuales los escritores argentinos (¡en plena Dictadura militar!) “elegían” el camino del exilio. Vale la pena citarla: “1. Dificultades económicas y laborales (que, naturalmente, no afectan sólo a los escritores). 2. Un problema editorial grave que obstaculiza las tareas específicas del escritor. 3. Una cuestión de aguda sensibilidad poética: sentir que él no puede soportar lo que sí soporta el pueblo argentino. 4. La búsqueda de mayor repercusión o de una vida más agradable que ésta. 5. La búsqueda de un ámbito de mayor libertad”.

Esas eran, para Heker, las razones que tenían los escritores locales para escapar de la cacería militar...

Ahora Heker, semanas atrás, admite en Clarín que no quiere recordar la “polémica” con Cortázar (“No me parece que tenga algún sentido seguir polemizando con él”), para después tergiversar sus propios dichos y su miserable actitud, aunque defendiendo (claro) cada una de sus palabras, aun aquellas que “olvida” citar por el camino para confundir el eje del debate y definirse a ella misma como parte de la porción de escritores que “en mayor o menor grado estaba amenazado”.

Tal vez el silencio hubiera sido una actitud menos cobarde y miserable para Heker, entonces y ahora. A cambio, eligió ungirse como funcional a la política de los militares con respecto al exilio, colgarse del talento de Cortázar para ganar notoriedad y volver hoy, tanto tiempo después, a manipular aquella “polémica” como si nadie pudiera tener a mano un archivo.

No hubo nadie que sintetizara mejor las miserias expuestas que el escritor Humberto Constantini en la revista El observador (13/04/84): “Quizá por afán de figuración inventaron una supuesta polémica con Cortázar, gente como Abelardo Castillo y Liliana Heker, que se permitieron hablar algo más que despectivamente de los exiliados. Las palabras que leí en aquellos editoriales podían ser perfectamente suscriptas por Harguindeguy o Videla”...

Nada más para decir.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Dictaduras aqui, dictaduras alla, será que las dictaduras son destino???, pero lo que si lo es es la literatura; y su contraparte la propaganda descarada promovida desde la ingenuidad indigente o el mercenarismo militante.
Un saludo

Anónimo dijo...

Siempre pensé que Heker merecía un texto como éste. Y que Julio no merecía una polémica como aquélla.
Julio era ingenuo en sus ideas políticas, en su manera de entender la vida, en su literatura. Por eso lo queremos tanto.